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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Las responsabilidades del fútbol

En octubre de 2019, motivado por las violentas protestas que se estaban desarrollando, expuse en este espacio que si no era posible protestar sin destruir y sin poner en peligro a medio mundo, era mejor replantearse el método. Me refería a la responsabilidad indirecta que le correspondía a quienes organizaban esas manifestaciones, abriendo con esa invitación la posibilidad de encontrar otras maneras de expresar las inconformidades, de tal forma que no trajesen consigo tanto peligro y zozobra.

Recordé esa postura luego de leer las noticias que dieron cuenta de los violentos sucesos acontecidos en medio de un partido de fútbol celebrado en Bogotá. Hinchas de Santa Fe y Nacional se trabaron en un desproporcionado enfrentamiento que empañó significativamente lo que debió ser una ocasión festiva: el regreso de los espectadores a los estadios tras las medidas preventivas ocasionadas por la pandemia. Desconcertantes imágenes revelaban salvajes agresiones en medio de la tribuna, invasión a la cancha de juego, familias corriendo despavoridas y un desorden que no se compadecía con el momento. Todo eso resultó decepcionante. Pero la cereza del pastel vino luego del apaciguamiento, cuando una hora después, como si nada hubiese pasado, ignorando a los lesionados y el mal rato, el partido se reanudó. Una torpeza inexcusable que vale la pena resaltar.

Los clubes de fútbol suelen quedarse al margen de estos hechos, o se lavan las manos con excesiva rapidez, una actitud indolente con los aficionados, quienes al fin y al cabo se supone que son su razón de ser. Sin ellos el negocio del fútbol no existiría, por eso merecen más respeto y consideración, más atención. Entonces no basta con anunciar planes que no se cumplen o culpar a las autoridades, o expresar que esos comportamientos tan violentos y destructivos son excepcionales; se reclama más decisión y responsabilidad. La condescendencia con las barras «bravas» —cuya denominación es intrigante (¿por qué tanta bravura?)— es de absoluta potestad de los clubes, quienes podrían censurarlas por un buen tiempo, sin necesidad de explicar mayor cosa. Que no entren más a los estadios: creo que todos preferiríamos un partido en silencio que un partido con heridos o con muertos. También puede ser interesante que ante hechos tan vergonzosos como los que he mencionado, ambos equipos pierdan los puntos en disputa, que nadie gane, que los clubes se jueguen el pellejo ante los actos violentos de sus seguidores. Quizá con medidas así, proponiendo consecuencias directas que conlleven pérdidas económicas, se espabilan los dirigentes.

Es lamentable que en El Campín tenga que disponerse de una «tribuna familiar», suponiendo que deben resguardarse a las familias del resto de los asistentes, entendiéndolos como bárbaros sin control. Si estuviese en mis manos, todas las tribunas de todos los estadios serían familiares, ya basta de tanta tontería por un «trapo» o un color, tanta virulencia inútil y riesgo evitable. Y si definitivamente no somos capaces de ver un partido en paz, pues que se acaben los partidos o los vemos todos por televisión. Como dije, ante el fracaso, hay que replantearse el método.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 12 de agosto de 2021