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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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El enemigo común

Lo menos importante en estos momentos es la filiación política de quienes están al mando.

Hay ciertos asuntos que deberían motivar la unidad nacional por encima de cualquier cosa. Grandes catástrofes naturales, amenazas externas y, por supuesto, una grave crisis de salud pública como la que estamos viviendo constituyen unos buenos ejemplos. En el discurso público no todo puede estar sesgado por las demagógicas estrategias de los partidos políticos, ni por las ambiciones de quienes quieren llegar al poder, o de los que quieren mantenerlo. En algún momento hay que priorizar el interés común. Esa actitud que se aprovecha de las dificultades del adversario político para amplificar sus equivocaciones, aunque con ello se mine la credibilidad de las instituciones públicas en el momento más inoportuno, pavimenta el camino hacia una victoria pírrica: puede que al final les sirva para lograr votos, pero quizá terminen gobernando sobre un territorio devastado.

El 8 de mayo de 1940, en plena guerra mundial y siendo todavía el Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, intervino en la Cámara de los Comunes del Reino Unido. Se estaba debatiendo con fiereza sobre los evidentes fracasos y errores de la campaña militar. Luego de varias horas de enfrentamientos partidistas, avivados por la inminente salida de Chamberlain, Churchill cerró con estas palabras: «Que mueran todas las enemistades de antes de la guerra, olvidemos nuestras disputas personales y concentremos todo el odio en el enemigo común. Que se ignoren los intereses de los partidos, que se aprovechen todas nuestras energías, que toda la capacidad y las fuerzas de la nación se lancen a la lucha». Dos días después fue nombrado primer ministro y formó un gobierno de coalición que con mucho esfuerzo y abundantes sacrificios, logró llevar a su país a la victoria. Unidos salieron adelante.

A diferencia de lo que pasó en aquel episodio histórico, en Colombia los dos bandos (o tres, o cuatro, ya ni se sabe), dan la impresión de desgastarse más en incendiar los ánimos que en buscar soluciones. Como si al final no importase el bienestar de los colombianos, cada quien está calculando sus propios réditos, torpedeando la gestión del rival y celebrando sus tropiezos, aunque éstos supongan sufrimiento y muerte. No hay palabras para definir tal nivel de ruindad. Ojalá tengamos la madurez suficiente para recordar las actuaciones de quienes dentro de pocos años se venderán como la solución a todos nuestros problemas, apostándole a que nos olvidemos de su mezquindad.

Además de señalar los errores, algunos de ellos inevitables por la incertidumbre, vale la pena también celebrar los aciertos, fortalecer y apoyar a los responsables. Más que nunca se requiere una tregua. Lo menos importante en estos momentos es la filiación política de quienes están al mando, al enemigo común no le interesan los colores de nuestras banderas.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 21 de enero de 2021