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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Dime con quién andas

No es mucho lo que se puede aportar a la descripción del desconcertante momento que se vive en el este de Europa. Sabemos que Rusia ha iniciado una invasión a Ucrania, una como no se había visto desde hace más de ochenta años por esas tierras. Sabemos que poco a poco han empezado a morir civiles y niños, víctimas de los misiles rusos que están cayendo en sectores residenciales que no tienen ningún interés militar. Sabemos que Putin nos ha recordado, por si acaso padecíamos de amnesia, que tiene bajo su control el mayor arsenal nuclear del planeta y que más nos vale no interferir con sus planes.

A pesar de todo eso, varios países han expresado sus posiciones frente a ese increíble atropello. Algunos han enviado ayudas a Ucrania, armas, municiones y equipos de combate; otros ya tienen planes para hacerlo. También han sido evidentes varias manifestaciones de solidaridad, aliviando trámites de visado para refugiados, como lo han hecho el Reino Unido y España, o siendo notablemente hospitalarios con quienes huyen de la violencia, como ha sucedido en Polonia. A la fecha más de 600 000 ucranianos han tenido que salir de su país.

Una breve revisión de los apoyos deja ver viejas fracturas y algún novel acuerdo. El bloque Occidental conformado por la OTAN y la Unión Europea, entre otros (incluyendo a Colombia), favorece la soberanía ucraniana. En defensa de la invasión han surgido los sospechosos de siempre, los miembros de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva, Corea del Norte, Irán, Siria, y similares. China, por ahora, se ha mantenido al margen y aparentemente está tratando de sostener una posición relativamente neutral, lo cual ya es muy diciente y no necesariamente bueno.

Notable, aunque no sorprendente, la rapidez con la que nuestros vecinos orientales proclamaron su complacencia con las acciones de Vladimir Putin, publicando discursos extravagantes, llenos de lugares comunes y retórica caduca. Siguen hablando de imperialismo, injerencias y demás zarandajas contra la OTAN. Curiosa interpretación, acusando a quienes todavía no han disparado ni una bala, o apenas apuntalan su defensa, mientras se pliegan ante quienes efectivamente están lanzando misiles, bombas y tanques contra otro país. Cierto es que las palabras dan para todo.

En suma, recordando los momentos más radicales de la Guerra Fría, de un lado, siguiendo a Rusia, están aquellos gobiernos que no son tan amigos de las libertades, que prefieren mandatos con inclinaciones tiránicas, ánimo perpetuo y recelosos de los procesos democráticos; del otro, un grupo de países que intentan respetar los ideales humanistas y los principios liberales, imperfectos todavía, pero convencidos de continuar por ese camino, que ha dado grandes réditos en cuanto al bienestar y el nivel de vida de sus ciudadanos. Parece fácil escoger una posición sensata.

Dime con quién andas y te diré quién eres, reza un refrán popular. Por eso, aquí no caben opacidades ni medias tintas: puede interpretarse, con razón, que quienes acompañan la violenta avanzada de Putin o evaden expresarse al respecto, sienten afinidad con esos métodos y ambiciones, son permisivos con ese tipo de poder y con lo que representa. Tomemos nota.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 3 de marzo de 2022