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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Charlie Watts

El martes se murió Charlie Watts. Para quienes hemos seguido con algo de atención la trayectoria de los Rolling Stones, la noticia es tan triste como esperable: Watts tenía 80 años, era el mayor del grupo y lidiaba con algunos quebrantos de salud, exacerbados desde que sufrió un cáncer de garganta contra el que luchó, con altas y bajas, por más de 15 años. Sin embargo, este tipo de cosas superan las posibilidades de la razón, y por mucho que la lógica sea imbatible, la congoja no se puede evitar.

Es curioso. Cuando fallece un músico de ese nivel, uno que nos ha brindado incontables horas de entretenimiento y alegrías, se siente una versión muy extraña del luto. Si hubiese una forma de llevar la cuenta podría comprobar que, salvo contadas excepciones, Watts —con Jagger, Richards, Wood y varios más—, han estado presentes en mi vida con mayor consistencia que otras personas a las que tengo el agrado de conocer de «verdad». Estoy seguro de que la voz de David Gilmour, por ejemplo, se ha escuchado más veces en mi sala que la de parientes muy cercanos, todo gracias al milagro de la música grabada y de las posibilidades digitales. Los privilegios de esta época que tenemos la fortuna de vivir.

Charlie Watts era mi Stone favorito. Seguramente porque era una persona más bien introvertida, como yo, y no tenía esa personalidad explosiva que caracteriza a sus demás compañeros de grupo. Al contrario, de forma más bien apocada se sentaba detrás de un modesto kit de batería y hacía su trabajo, un trabajo espléndido y confiable, encargándose de llevarle el ritmo a la banda de rock más grande de la historia. Alejado de la parafernalia y acrobacias de otros grandes, como Peart o Bonham, quizá su mayor virtud era no notarse, un rasgo imprescindible para que los Stones no sucumbieran ante el ya gigantesco peso de los egos de sus líderes. Así lo reconoció Keith Richards en sus memorias, afirmando que Charlie era la esencia de todo. Tanto, que para lograr contratarlo durante los primeros días de la banda, todos los demás miembros tuvieron que hacer significativos esfuerzos financieros, «pasando hambre con tal de poder pagarle». Probablemente ya intuían que Watts era el pivote sobre el que sería posible que los demás desplegaran su talento.

Tuve la fortuna de verlo en el concierto que brindaron los Stones en Bogotá, en lo que fue, y será, la única visita del grupo a nuestro país. Me queda esa satisfacción, esa tarea tachada de la lista de las cosas que tenía que hacer mientras me acompañen la vida y la salud. Habrá que ver qué hace ahora el grupo con la gira que tienen preparada para octubre de este año, que de todas maneras no iba a empezar con Watts. Una manera de rendirle homenaje sería continuar con lo programado, pero el vacío va a ser enorme, ineludible. No se puede descartar que, finalmente, los Stones terminen su carrera. Ya no nos acompañan Cohen, Bowie, Cash, Reed, Petty, Squire, Wright y una legión de genios que han dejado una obra inigualable. La buena música se va extinguiendo, o mutando hacia variaciones inexplicables que superan mi capacidad de comprensión. Poco a poco se irán todos. Esto va quedando muy desolado.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 26 de agosto de 2021