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Escritura y cultura: de Guadalajara a Barranquilla

Crónica de viaje

Por Sergio Álvarez Uribe

El martes 22 de octubre salió una delegación del Centro de Escritura ECO de la Universidad del Norte para el IV Congreso de la Red Latinoamericana de Centros y Programas de Escritura y el III Encuentro de Tutores en la Universidad Iteso, en Guadalajara, México: el director, la tutora especializada y dos Guías de Escritura. Guadalajara superó todas las expectativas. Fue un viaje de aprendizaje, de amistad y de disfrute.

Para las Guías de Escritura, María Camila Benítez, estudiante de Derecho, y Katty Robles, estudiante de Ingeniería Industrial, era la primera vez en un avión y la primera vez en un viaje fuera del país. Para Yanuacelly Guariguata, era su primera ponencia internacional.

 

Día uno, la ida:

Llegué con mi esposa al Ernesto Cortissoz y ya había llegado Katty, acompañada por sus tíos. Creo que les dio tranquilidad que viajara con mi esposa. Me acordé de Pacho, mi amigo y colega del Departamento de Español, que me dijo que siempre le había ido mejor en sus viajes cuando iba con su esposa. Yanua y Mila, nada que llegaban. Les escribimos por el grupo de WhatsApp que creamos desde un par de semanas antes del viaje para compartirnos ideas y hacernos recomendaciones.

Yanua y yo llevábamos planeando el viaje desde hacía un año. Logramos el apoyo del Instituto de Idiomas, claro, con algunas limitaciones. Hay 17 Guías de Escritura, que es el nombre que preferimos en el Centro en vez de “tutor” (creemos que refleja mejor lo que hacemos). Solo podíamos elegir dos Guías. La selección no fue fácil. Un requisito era que estuvieran en los semestres más bajos posibles para que su experiencia pudiera ser aprovechada en el Centro por más tiempo. Finalmente, Yanua y yo acordamos que fueran Katty y Mila.

El primer trayecto fue corto. Un vuelo de menos de hora y media. El aeropuerto internacional de Tocumen, Ciudad de Panamá, no nos sorprendió. Lo que sí nos sorprendió fue que el “almuerzo” nos costó 300 mil pesos al cambio y nada más nos comimos un sánduche de Subway. Esperamos cinco horas y nos embarcamos en el vuelo a Guadalajara, Jalisco.

La llegada fue a la media noche. No nos dejaron pasar inmigración como grupo. A Katty le registraron tanto la maleta que casi no la cierra después. A Yanua le hicieron un cuestionario larguísimo por ser venezolana. La incertidumbre y el malestar que se siente muchas veces en los puntos de entrada a otro país no es nada agradable. Lo olvidamos rápidamente, no había mucho que pudiéramos hacer.

Luego de pasar por la aduana, el recibimiento fue una hamburguesa de Burger King. Empezamos a medir la diferencia entre pesos mexicanos y colombianos. Para simplificar, multiplicamos todo por 200. Sacamos plata en un cajero para probar las tarjetas y cuadramos un transporte para irnos a dormir. En el camino al apartamento de Airbnb que alquilamos, Mila contó como nueve Oxxos (la séptima cadena comercial de Latinoamérica con más de 14 mil tiendas, un poco como las Olímpicas de Barranquilla, guardando las proporciones). Luego de 20 minutos por el Anillo Periférico (nuestra circunvalar), llegamos a un barrio residencial en absoluto silencio. Calle Vista al Amanecer, un par de códigos para entrar y listo. Revisamos la nevera: vacía. Katty, Mila y yo salimos en una expedición por agua al Oxxo 24 horas que estaba a dos cuadras de nuestro apartamento. Empezamos a ver marcas distintas y productos nuevos. La cajera nos alertó sobre la inseguridad del sector. Juntamos un par de cosas y de regreso. Las calles empinadas y la falta de aire nos recordaron que estábamos en una parte alta del área metropolitana: San Pedro de Tlaquepaque, en Paisajes del Tesoro, a más de 1500 metros sobre el nivel del mar.

 

Día dos, el Congreso:

Baño, desayuno y a la puerta. Según el mapa estábamos a 17 minutos a pie de la Universidad Iteso. Entre entender el mapa y preguntarles a las pocas personas que encontramos en el camino, llegamos a los 20 minutos. Nos registramos en el bloque M. Saludé a Estela Moyano, presidenta de la Red Latinoamericana de Centros y Programas de Escritura, y a Violeta Molina, fundadora de la Red y del primer centro de escritura de Colombia. En Uninorte las queremos mucho y hemos trabajado con ellas. Entramos al auditorio para la conferencia de apertura a cargo del invitado principal, Ben Rafoth.

No tenía ni idea de quién era Ben. Pero no había necesidad de saber sobre sus 30 años de experiencia y que venía de Indiana University of Pennsylvania, su conferencia fue inspiradora. Sus diapositivas eran obras de arte (literalmente imágenes de obras desde Warhol hasta un recorrido por el arte mexicano). Tenía la voz y el tempo de un señor muy sabio. Se me quedó grabada la idea de que “la conversación es una forma muy potente de pensamiento” que se ha ido saliendo de las aulas de clase. Es como el superpoder que usamos en los centros de escritura.

Salimos con la sensación de haber sido testigos de algo importante, una especie de conocimiento compartido sobre algo que apenas estábamos entendiendo. Nos dividimos y fuimos a diferentes ponencias. Lo más grato fue descubrir que Uninorte es reconocida por su Programa Eficacia Comunicativa y su Centro de Escritura ECO, y que los libros de Pacho (Francisco Moreno Castrillón), mi amigo y colega del Departamento de Español, son parte de la bibliografía básica de un curso en una universidad en Ecuador. Me sentí orgulloso.

El almuerzo fue cortesía del Congreso. Finalmente pude comer tortillas realmente mexicanas.

Por el auditorio principal, el Congreso había dispuesto una zona de exhibición de artesanías de una iniciativa universitaria de comercio justo. Si uno compraba estaba apoyando a una comunidad entera de artesanos asociados. Así que compramos.

Yanua y yo nos regresamos al apartamento a ajustar nuestras presentaciones y hacer la última revisión. En la tarde-noche (anochece más tarde por esta época del año) volvimos a Iteso al Festival Cultural Universitario. Vimos una presentación de acrobacia indígena impresionante. Intuimos un aprecio genuino por la cultura indígena de México, no como algo del pasado que vale la pena preservar, sino como algo vivo. Disfrutamos del campus, muy verde y con agua por todos lados. Me llamó la atención ver en distintos puntos de la universidad mesitas con repelente para mosquitos con un afiche que explicaba el riesgo de dengue en la ciudad. Luego, fuimos a comer cerca. Comimos y pedimos canciones.

 

Día tres, las ponencias:

Todavía me da susto presentar frente a una audiencia más o menos desconocida. ¿Les aportaré algo?, ¿les haré perder su tiempo?, ¿será muy obvio lo que presento como hallazgos? Por las caras de aprobación de las personas que alcancé a mirar a la cara, creo que me fue bien. Un par de colegas de otros centros se acercaron con preguntas en el receso. Luego conversé con Estela Moyano sobre el entusiasmo que hay alrededor de los centros de escritura y los profundos problemas de alfabetización académica que agobian a casi todas las universidades. Creo que los centros son un apoyo a la tarea de educar en la universidad y no la solución única (o mágica) a una realidad tan compleja. La empatía, que es un valor esencial de todos los centros, es la base para construir espacios colaborativos, pero estos espacios deben crecer con el conocimiento del lenguaje y de las disciplinas de cada universidad. Ese crecimiento puede buscarse a través de aspectos específicos de la escritura como la cohesión léxica. Es lo que argumenté en mi ponencia.

Yanua siempre está calmada. No importa si es la primera vez en algo, se comporta como si nada. Hizo su ponencia al mismo tiempo que la mía. Mila se aseguró de registrarla. Su propuesta era revisar más a fondo la multiatención, un fenómeno, que surgió de manera espontánea en el Centro de Escritura ECO, en el que una Guía de Escritura atiende a dos o más personas con tareas de escritura diferentes, o la misma tarea, pero con tema diferente. Se trata de una interacción muy dinámica que intercala personas, periodos de escritura y periodos de discusión. La sorpresa fue saber que también ocurre en otros centros, pero ni se ha estudiado ni hay un protocolo de cómo enfrentarla. La idea de Yanua es responder a las necesidades emergentes del Centro, que a veces se presentan de forma caótica, sin perder de vista la reflexión sobre la práctica para prepararnos como equipo y poder dar una respuesta adecuada. La multiatención es una manera de liberar un poco la tensión en los procesos de escritura y desmitificar la idea de la escritura como un acto solitario y solemne para imprimirle la energía de la colaboración y la interacción entre pares.

Nos encontramos al finalizar y buscamos opciones de almuerzo en la u. Más tortillas, en distintas presentaciones, deliciosas, y de postre, mazapán de maní.

Luego nos dividimos entre los cuatro talleres del Congreso. Yo fui al taller de Sergio Reyes Angona, amigo y colega que nos había visitado en Uninorte con un taller sobre innovación educativa. Su energía es inagotable, uno al final siente que realmente hizo algo. Yanua fue al taller de Violeta Molina, para comprender y confirmar las implicaciones administrativas y vitales de los centros de escritura. Mila fue a un taller sobre diálogo reflexivo que reiteró la necesidad de reunirse a hablar como grupo en los centros de escritura por lo menos una vez a la semana. Katty fue al taller sobre el uso de redes en los centros de escritura y vino con ideas para crear contenidos.

Katty y Mila continuaron sin pausa al III Encuentro de Tutores de la RLCPE que fue su cita principal. Cuando salieron me tranquilizó saber que hacemos lo bueno que se hace en muchos otros centros. Es necesario validarse con otros, con una comunidad amplia. A Katty le emocionó ver cómo, para todos los tutores que se reunieron, era muy importante una comunicación transparente entre tutores y con las personas que vienen a cada atención. Hay una preocupación compartida de no perder el sentido del escrito que se trabaja, y eso es algo que solo puede lograrse si quien guía está en la misma sintonía de la persona guiada. Parece que hay cosas que no se dicen pero que todos hacemos, en el sentido de que hay prácticas intuitivas que funcionan de manera global y que luego refuerza la teoría.

Por la noche, el Congreso ofreció un espacio de socialización con música, vino y picadas. Fue muy emocionante sentirse parte de una comunidad tan activa y apasionada en un ambiente alegre y festivo. Terminamos bailando y cantando.

 

Día cuatro, fin del Congreso:

Nos dividimos, yo a la escritura y ellas a explorar la ciudad.

La conferencia de cierre del Congreso fue muy especial, dos reconocidas académicas estadounidenses (Rebbeca Day Babcock y Terese Thonus), con un nivel medio de español, tradujeron su ponencia y sus diapositivas del inglés para hablar, con acento extranjero, de diversidad, multilingüismo y centros de escritura globales. Fue un gesto muy significativo para el contexto latinoamericano del Congreso. Me quedé pensando en que el problema cuando hablamos de diversidad o diferencia es un problema de dirección, ¿desde dónde y hacia quién está dirigida la palabra diversidad o diferencia? ¿Respecto a quién se define lo diverso o lo diferente? Diversidad parece más neutra, más incluyente, y diferencia parece que señala la otredad con más énfasis. La inclusión puede resultar entonces de una sensación compartida entre personas que se reconocen diversas sin importar la distancia, la cantidad o la orientación de sus diferencias, para no concebir de antemano algo como normal por frecuente, y algo como diferente por poco común. Puede ser un ideal lograble.

La última actividad académica fue la Asamblea de la Red. Ayudé a escribir el acta para consignar las decisiones tomadas: nueva junta directiva (Minerva Ochoa de Iteso, presidenta; Karen López de Javeriana Cali, vicepresidenta; Rocío Mendoza de Iteso, secretaria). El próximo congreso será en Santa Marta, Colombia. Y si todo sale bien, el siguiente será en Monterrey, de nuevo a México.

Aplausos y abrazos y promesas de proyectos. El entusiasmo de los congresos a veces no alcanza para terminar los proyectos, pero es la mejor forma de concebirlos.

Llego a la portería, guardo la escarapela del Congreso y me voy directo para el centro de Tlaquepaque a encontrarme con mi esposa, Yanua, Mila y Katty. Ellas ya habían ido a la icónica Universidad de Guadalajara, al MUSA, habían almorzado en El Parián, recorrido las artesanías y el taller de “Nuestros Dulces”. Nos encontramos en El Jardín Hidalgo. Pasamos por el mercado y yo me comí una quesadilla, nada del otro mundo, solo una quesadilla de mercado.

Entramos a una licorería artesanal y compramos un par de regalitos. Recibimos una clase corta sobre el tequila y el mezcal. Recordé que me recomendaron la marca 4 conejos, pero en realidad eran 400, muy famoso. La señora de la licorera me sugirió que mejor llevara un mezcal artesanal. Le compré el Tribu a mi hermano. Entendí que hay gente más de tequila y gente más de mezcal. Yo no soy ni de tequila ni de mezcal. Pero nos pusimos la regla de no llevar nada a Colombia que se pudiera conseguir en Colombia.

Tlaquepaque es un pueblo mágico, así se denominan varios pueblos que hacen parte de una iniciativa estatal para visibilizar lugares históricos. Es muy colorido y provoca pasar el tiempo de café en café y de restaurante en restaurante. Fuimos al Parián por la noche. Era inevitable, teníamos que ver un show de mariachi. Nos tomamos una bebida que sirven en una olla de barro que se llama cazuela, lleva cítricos en trozos, jugo de toronja y un trago de tequila que sirven al lado como opcional. Se siente como una sopa fresca por la presentación. Cenamos y disfrutamos de un par de canciones y al apartamento.

 

Día cinco, la cultura:

Fuimos a pie a la Iteso, desayunamos y entramos a la librería Porrúa que está dentro del campus. Primera parada cultural del día y primer gasto grande. Tenía una lista de quince libros que me tocó reducir a seis.

Teníamos todo un itinerario de los sitos a los que queríamos ir, pero en el taxi hacia Zapopan, el taxista nos supo leer muy bien y nos hizo cambiar de planes. Nos llevó al Hospicio Cabañas (sede del Instituto Cultural Cabañas) que fue un albergue para niños huérfanos y ahora es el santuario de 57 frescos de José Clemente Orozco. Ver el Hombre en Llamas, en una cúpula, a 27 metros del piso fue alucinante. Son de esas experiencias que hacen valer la pena todo, como si de repente todo lo demás se anulara.


 

Antes de salir, pasamos por una exhibición itinerante que venía de Ciudad de México llamada “Maíces, biodiversidad y cultura: una aproximación desde su consumo cotidiano”. La cortina de maíz fue un símbolo muy diciente. Iba del piso al techo de la sala de exhibición, 64 variedades nativas de maíz. También entendimos un poco el método único que siguen en distintas regiones de México para preparar alimentos con maíz: la nixtamalización que viene del náhuatl y significa la mezcla de la masa de maíz cocido y cenizas de cal. Por eso es que las tortillas no quedan igual a la colombiana.


 

Al salir, detallamos las esculturas de los Magos Universales, en la Plaza Tapatío (ese es el nombre del gentilicio de Guadalajara). Son esculturas extrañas, medio alienígenas, medio parecidas a Dalí, aunque son del artista Colunga.

También vimos una mandala enorme hecha de flores en el piso, que hizo una pareja de hippies que vimos llegar cuando recién entrábamos al Hospicio. La ciudad se estaba preparando para el día de los muertos.

Luego fuimos a Chapultepec y nos encontramos el bulevar (camellón, le dicen en Guadalajara) lleno de artesanías y música en vivo. Alrededor, muchos restaurantes y la librería del Fondo de Cultura Económica José Luis Martínez que la mayoría identificamos con la sigla FCE del logo. Desde fuera se veía como el paraíso de los libros. Decidimos comer primero antes de entrar a la librería FCE. Nos metimos a un lugar llamado Socialista, buen rockcito, platos nuevos y un ambiente muy relajado. Pasó demasiado tiempo, nada más teníamos una hora antes de que cerraran la FCE. Parecíamos comprando dulces, por color, por tamaño. Todavía no he revisado todos los libros que compré.

Caminamos un rato por el camellón y compramos los últimos regalitos. Ya eran las 10 p.m. y parecía que no íbamos a dormir porque debíamos estar listos para ir al aeropuerto a las 2 a.m.

Día seis, el regreso:

A las 2 de la mañana del domingo 27 de octubre la hora cambió en México a la 1 a.m. El transporte ya nos estaba esperando así que nos fuimos más temprano de lo que habíamos planeado para nuestro vuelo que salía a las 5 a.m.

Un día medio perdido, pero sirvió para procesar el viaje. La escala de doce horas en Panamá pasó entre comer con más cuidado, dormir sin que nos importara mucho quién nos veía y pensar en Guadalajara. Recordé a mis colegas mexicanos de Uninorte, Luis y Leopoldo, y pensé que tenían razón cuando me dijeron que Guadalajara representaba bastante lo que en general se asocia a la palabra “México”. Ahora el referente era más concreto, incompleto, sí, pero más concreto. Seguro se nos quedaron muchas cosas por hacer y por conocer. Igual pasa con Barranquilla. Es difícil decir que alguna vez se conoce una ciudad completamente, y mucho menos un país.

En el taxi, de regreso a la casa, escribí por el grupo:

“Por ahora, se acabó Guadalajara. Cada quien tendrá su versión. Lo que es seguro es que volvimos con un poquito de más amistad, más confianza, un poquito de más cultura, un poquito de más sabiduría, de más alegría. Gracias a todas por todo. Habrá que dejar que pasen varios días para procesar mejor el viaje y darle mejores nombres a cada experiencia. No nos abrumemos con el golpe de la cotidianidad de mañana, pronto nos reunimos para compartir los nombres que saldrán de vivir por dentro lo que ya vi