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¡Ya sabemos que en el Atlántico y Barranquilla comemos poco !

¡Ya sabemos que en el Atlántico y Barranquilla comemos poco ! Ahora urge saber qué comemos y qué hábitos alimentarios tenemos.


Por: Cecilia Torres
Investigadora miembro del equipo de trabajo en Genómica y Biodiversidad del Caribe
Adscrita al dpto. de Química y Biología, de Ciencias Básicas.
Nutricionista Dietista 
Esp. Ciencia y Tecnología de Alimentos
Est. Maestría en Ciencias Naturales

 

Un problema innegable de inseguridad alimentaria


A finales de abril salió el informe “Pobreza y desigualdad en la región Caribe colombiana ¿cómo recuperar la senda del desarrollo sostenible?” del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y señala que la Región Caribe habría terminado el 2020 con casi seis millones de pobres. La crisis sanitaria que causó la pandemia habría lanzado a la situación de pobreza a unas 820.000 personas.
Según las proyecciones del informe, la incidencia de índices de pobreza es del 52%; lo que quiere decir que, básicamente, la mitad de la población del Caribe es pobre.

El Atlántico encabeza la lista con un incremento de incidencia de pobreza al cierre del 2020; el departamento tiene 9,03 puntos porcentuales (p.p), seguido por Magdalena (7,43 p.p) y Cesár (7,43 p.p). En relación con la pobreza extrema dice que 15% de la población está en esta situación radical. Fuente

De modo concreto, estas cifras, además de escandalosas, constataron los resultados de la encuesta de percepción de Barranquilla cómo vamos, Encuesta #MiVozMiCiudad Fase 3, aplicada en febrero de 2021. Según la encuesta, el 39% de los encuestados dice que ellos o un miembro del hogar pasó hambre por falta de recursos durante la pandemia. El número se eleva al 45% cuando se revisa el área metropolitana de la ciudad. Este informe ratificó, a su vez, la encuesta del DANE aplicada en junio de 2020.

Dicha encuesta encontró que el 46% de los hogares de Barranquilla disminuyeron la ingesta de alimentos a dos o menos comidas diarias. Cifra considerablemente alta en comparación con otras capitales del país: Bogotá (20,7 %), Cali (23,7 %) o Medellín (28,6 %).


Foto: Archvo audiovisual

Estas cifras son cercanas a las del informe de Fundesarrollo de noviembre de 2020 que dice: “una compleja situación se vive en el 65% de los 89.522 hogares de la región Caribe, debido a que no cuentan con acceso seguro y permanente a la cantidad de alimentos suficientes para el desarrollo de sus integrantes, así como para llevar una vida activa y sana”. Según este informe, el Atlántico tiene el 59% de margen de inseguridad alimentaria. Fuente

Para confirmar todas estas cifras preocupantes, esta semana acaban de salir los resultados de la encuesta “Pulso Social” del DANE que señalan que solo el 38,5 por ciento de los hogares barranquilleros acceden a tres comidas al día. Resultados publicados por la entidad pública el lunes 26 de abril y corresponden al trimestre enero - marzo de 2021. 

Ya sabemos que Barranquilla y el Atlántico comen poco. La inseguridad alimentaria está confirmada y constatada. Es innegable e inevitablemente empeorará por los estragos que dejará la pandemia, la insuficiente inversión social y también por la presión, cada vez palpable, del calentamiento global sobre los suelos y las cuencas hídricas.
El informe de PNUD concluye que deberán hacerse esfuerzos para invertir más en programas sociales y además invertir en modos para mitigar el desempleo; y por supuesto impulsar la recuperación de la economía. 

Ya sabemos que hay inseguridad alimentaria

Además de las salidas económicas y de desarrollo, se hace necesario también poner la mirada en la nutrición de la población de Barranquilla y el Atlántico; tema que no se aleja de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en la Agenda 2030. Es decir, es clave saber cuántas veces se come al día, pero ahora urge saber cómo y/o qué se come en Barranquilla y el Atlántico. 

De acuerdo a las prácticas de interés en nutrición y salud pública para la población colombiana entre los 5 y 6 años (ENSIN 2010), ya se viene observando unos patrones poco saludables en términos de alimentación. Por ejemplo: El 39% de los colombianos no consume productos lácteos diariamente y se acentúa en población nivel 1 de SISBEN (47,3 %); el 71.9 % no consume hortalizas y verduras diariamente; uno de cada 7 colombianos no consume huevos o carne diariamente.

Lo anterior contrasta con que 1 de cada 4 colombianos consume comida rápida semanalmente; 1 de cada 5 consume gaseosas o refrescos y 1 de cada 7 consume alimentos de paquete diariamente. Esta realidad —seguramente— no está distante de los hábitos y realidad nutricional de los barranquilleros y atlanticenses. 

Si sumamos dichas prácticas alimentarias a la pobreza, la escasez y desigualdad ya mencionadas, se está generando un ambiente propicio —un caldo de cultivo— para que la inseguridad alimentaria y nutricional se conviertan en una verdadera bomba de salud pública difícil de manejar.
Falta hacerle frente en saber sobre la calidad nutricional de los alimentos consumidos por tiempos de comida por los barranquilleros y los atlanticenses.

La construcción y retroalimentación de una línea de base frente esos grupos de alimentos que se consumen es clave para una política pública acorde a las necesidades. Doy un ejemplo que ilustra el meollo del asunto: yo puedo comer tres veces al día, pero si en esas tres veces no consumo proteínas, verduras y frutas mi nutrición no será la mejor, a pesar de cumplir en cantidad y frecuencia. También puede ocurrir lo contrario, comer poco, pero con porciones adecuadas y de un modo balanceado. Por eso, no es suficiente decir que se come poco. 

¿De qué nos sirve esta información adicional? 

Tener esta información ayudará a diseñar y crear programas de pedagogía nutricional y a desarrollar mecanismos de alimentación eficientes con pocos recursos; en el fondo, sin ser alarmistas, tendremos que aprender a comer bien con poco. Por eso es clave saber de modos nuevos de preparación de alimentos, aprovechar las huertas urbanas, crear una nueva cultura en relación con ciertas proteínas, ampliar la dieta tradicional —incluso producir nuevos productos nutricionales—, saber del cuidado de los ecosistemas, etc. No digo que sea una tarea fácil, pero tenemos que empezar esta tarea de educación nutricional cuanto antes. 

En el fondo, se trata de atender las necesidades de las familias vulnerables y la primera infancia que son las poblaciones más afectadas en estos contextos difíciles causados por la pobreza. Una buena alimentación es clave para mitigar comorbilidades como diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, entre otras. La última gran encuesta sobre el estado nutricional de este estilo se hizo en 2015 y fue la ENSIN 2015. Esta encuesta fue un estudio poblacional de cobertura nacional con representatividad urbana y rural, sin embargo, dada la coyuntura de la pandemia, los expertos ven bastante difícil llevarla a cabo pronto; sin contar que los resultados de ese estudio no se han terminado de procesar.

Desde la región se debe pensar en el diseño y ejecución desde un equipo interdisciplinar local una forma de saber de los hábitos nutricionales de los barranquilleros y los atlanticenses, y con todos los medios que tengamos a la mano y así obtener información de valor para prepararse y afrontar la situación nutricional que atravesamos. Será clave dialogar con los líderes barriales, las organizaciones territoriales y comunitarias para hacer esta tarea mayúscula. 

En el Atlántico, además, se hace necesario un observatorio para el estudio del estado nutricional y buscar el desarrollo de alternativas nutricionales; un centro de investigación e innovación que conjugue esfuerzos de la universidad, el sector privado y las administraciones públicas. No es suficiente saber que se come poco, debemos conocer más de las costumbres nutricionales para apostar a estrategias pedagógicas nuevas, al desarrollo de productos y a afrontar la inseguridad alimentaria en los próximos años.