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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Tu quoque

Tendremos que recurrir al menor de lo males, votar en contra de alguien, para evitarlo por defensa propia, como último recurso.

Una conversación reciente aclaró una duda que venía inquietándome hace rato. Se trataba de identificar la manía, muy repetida en tiempos de campaña, de responder al adversario sin refutar los hechos señalados, sino mediante una acusación similar. Lo vemos a diario. Si un político resalta una falla de su rival, por ejemplo, una presunta participación en algún hecho violento, la respuesta suele ser que el acusador también participó en actos deleznables. Hasta ahí llega el argumento de ambos, quienes se desgastarán a continuación en torpes dialécticas sin negar lo que les ha sido imputado. Descubrí entonces que ese pueril comportamiento tiene un nombre, en latín, nada menos: tu quoque. En reemplazo de la libertad y el orden, quizá valga la pena añadir la expresión a nuestro escudo, dado que ya parece constituir una parte inevitable de nuestra idiosincrasia.

Lejos de la lingüística diacrónica, apenas puedo especular sobre el sentido de esa falacia argumentativa, tan sencilla como popular. Cuando alguien recurre a ella de inmediato supongo que admite la culpa, puesto que no ha sido capaz de defenderse, porque no puede, y le apuesta en cambio a atacar a quien lo acorraló. De tal forma, el público termina confundido pero probablemente entretenido, navegando en un mar de acusaciones terribles. Así nos la pasamos, siendo testigos de pobrísimos intercambios, de lastimeras declaraciones que enlodan cualquier intento por cultivar la sensatez.

Si no fuese por todo lo que está en juego, sería cómico. Véanlo ustedes mismos, abran cualquier red social y revisen. Permítanme el siguiente exceso: Pedro acusa a Pablo como responsable de una matanza, a lo que Pablo responde que Pedro también fomentó masacres y le recuerda una relación de víctimas. El público se excita. Luego Juan le reclama a José por robarse los recursos públicos, José se defiende señalando que Juan estuvo acusado de corrupción hace poco tiempo, y saca una cuenta. Delirio total. Sin embargo, lo que interpreto no contiene absoluciones: Pedro, Pablo, Juan y José son culpables, nadie se salva. Lo terrible es que entre esas exiguas opciones tendremos que escoger, votar por alguno. A esas honduras hemos llegado, a la generalización de la ramplonería.

Tendremos que recurrir al menor de lo males, votar en contra de alguien, para evitarlo por defensa propia, como último recurso. Salvo un milagro, todo indica que en buena medida, al menos durante los años que vienen, debemos olvidarnos de elegir políticos dignos, formados, buenos, que discurran; unas elementales cualidades que ahora parecen lujos inalcanzables pertenecientes a la ficción. Nos veremos esquivando balas de cañón, prefiriendo un daño que tenga una posibilidad de arreglo para no irnos por algún barranco del que no se sale. Mientras tanto, y como dije, queda la esperanza del milagro. Nos tocará prender muchas velas.

Fotografía tomada de https://www.pexels.com

Publicado en El Heraldo el jueves 18 de marzo de 2021