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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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Trenes y carreteras

Un par de veces al año, más o menos, los medios registran alguna noticia sobre el proyecto del tren del Caribe, una iniciativa que debe conectar a las tres capitales más importantes de nuestra región. Se sabe que en estos momentos se adelantan unos estudios previos, un contrato de unos 5.000 millones de pesos, cuyos resultados finales deberán entregarse durante el primer semestre del próximo año. También se sabe que hay tres grandes opciones para su trazado y que se sugiere incorporar el transporte de carga en al menos uno de ellos. Todo parece avanzar al ritmo usual.

La posibilidad de contar con una conexión ferroviaria entre Cartagena, Barranquilla y Santa Marta es atractiva. El tren es un medio de transporte seguro y confiable que seguramente impulsaría una dinámica interesante al facilitar los desplazamientos de trabajo y de ocio, incentivando así un mayor movimiento de personas y posiblemente de carga entre estas ciudades. Sin embargo, es obligatorio moderar la expectativa y el optimismo. Los antecedentes no invitan a suponer que veremos un tren caribeño durante las próximas décadas.

En el tramo Cartagena-Barranquilla, uno de los trazados propuestos para el tren corre paralelo a la Vía al Mar, y otro, paralelo a la carretera de La Cordialidad. Como sabemos, estas son unas carreteras que tienen en la mayor parte de su recorrido una calzada sencilla con dos carriles. Hace incontables años se está ejecutando un proyecto para completar la doble calzada de la Vía al Mar y todavía está lejos de concluirse, dado que aparentemente no hay financiación para hacerlo y no pocos líos prediales. Algo similar sucede con la Carretera de la Cordialidad. En ambos casos las dobles calzadas se limitan a sectores relativamente cercanos a los cascos urbanos de las ciudades y han costado muchísimo, en términos financieros y de tiempo. El tren tendría que arrancar de cero.

El tramo Barranquilla-Santa Marta es más complicado. Tiene el río Magdalena como gran obstáculo y a la Ciénaga Grande de Santa Marta después. Salvar el río supone un extenso puente ferroviario, el más ambicioso que se haya concebido en nuestro país, y luego, habrá que solucionar el heroico reto de disponer los rieles de forma paralela a la carretera actual, que es de calzada sencilla y dos carriles. Por una infinidad de razones, tampoco se ha podido construir la doble calzada en este sector, así que el pronóstico no es muy esperanzador.

Es posible que en lugar de desgastarse con el complicado proyecto del tren, valga la pena concentrar los esfuerzos en terminar las carreteras. Si la Vía al Mar, La Cordialidad y la carretera Barranquilla-Ciénaga contaran con doble calzada, disminuirían notablemente los tiempos de desplazamiento entre estas ciudades y se mejorarían los índices de accidentalidad. Además, se ahorrarían una cantidad significativa de recursos en construcción, operación y mantenimiento. Aunque es innegable que el tren brindaría muchas ventajas, por ahora parece un proyecto que se escapa de nuestras posibilidades reales y que tiene el riesgo de desviar el interés que deberíamos invertirle a completar nuestra red vial.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 18 de noviembre de 2021