RESUMEN


Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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El inútil afán

En una tarde cualquiera, a una hora que no tenía relación con los mayores flujos de tráfico que suelen darse en nuestra ciudad, pude ser testigo de la que probablemente es la tontería más común que cometen los conductores cuando se aventuran por las calles.

Circulando por una vía preferente de un solo sentido, en medio de un barrio residencial, me iba fastidiando por varios minutos una masiva camioneta, acelerando y acercándose a mi carro de forma arriesgada intentando sobrepasarme. Decidí entonces orillarme y darle paso para evitar así su preocupante cercanía, una cosa que aquel conductor aprovechó para impulsarse a una velocidad que calculo por encima de los 80 km/h. Estaba en la cúspide de su aceleración, volando sobre los estoperoles, cuando en una intersección en curva otro conductor asomó la trompa de su vehículo un par de metros más de lo usual. El impacto era inminente. Fuertes frenazos acompañaron una aparatosa maniobra por parte de la camioneta, que estuvo a punto de volcarse debido a el imprevisto cambio de rumbo. Superado el susto, tras un par de segundos, el Fittipaldi urbano volvió a exigir su motor a toda capacidad y continuó su frenética marcha.

Tres cuadras más adelante, en un semáforo, encontré de nuevo a la flamante camioneta, detenida al lado mío, haciendo la fila mientras esperábamos el cambio de luces. Todo aquel afán resultó entonces inútil, dado que los dos estábamos en el mismo lugar a la misma hora, lo mismo dio andar a 40 o a 80, llegamos al mismo tiempo. La gran diferencia es que uno de nosotros puso torpemente en riesgo su vida y, lo que es mucho peor, la de otras personas. Tanta prisa, tanto susto y desgaste para nada.

En varias columnas he sustentado la inutilidad de las altas velocidades en la mayoría de las vías urbanas. No tiene mucho sentido acelerar cuando eventualmente, cada pocas cuadras, nos encontraremos con un semáforo o con una intersección regulada. Ya muchas ciudades han comprendido esa realidad y se han atrevido a imponer normativas que limitan el desenfreno de los conductores. Bilbao, Palma y Graz (Austria), entre muchas otras, han decidido limitar la velocidad permitida hasta los 30 km/h en más del 90% de sus vías, con resultados muy positivos desde varias variables: menos accidentes, menos mortalidad, menos ruido, etc. Recordemos que cuando los carros se desplazan a 80 km/h hay un 95% de posibilidades de que fallezca el peatón atropellado, pero cuando se baja la velocidad a 30 km/h la proporción se invierte. No creo que exista una justificación más poderosa.

Hay ciertas zonas en Barranquilla que podrían adaptarse a esas ideas, especialmente en los barrios residenciales. El incidente que describí sucedió en el barrio El Golf, un sector sin muchos establecimientos comerciales y relativamente apacible, en el que no hay necesidad alguna de superar una velocidad segura. No resultaría complejo hacer el ensayo, pero eso sí, acompañando la restricción con un ampliación de los andenes, de tal forma que el diseño de las vías, estrechando las calzadas e instalando reductores de velocidad, invite al conductor a calmarse. Eso no evitaría que de vez en cuando algún loco decida acelerar, pero sin duda se le haría más difícil.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 27 de enero de 2022