Negritas Puloy:
Negritas Puloy:
transformación
popular del color
y la máscara
transformación
Por José Luis Rodríguez |
La licra negra simula la piel, los tacones elevan el caminar y el vestido rojo corto, de bolas blancas, atrae las miradas. Estos elementos, junto a unos labios rojos como fresas maduras, son el preámbulo de un acto de picardía en el Carnaval de Barranquilla. Construyen uno de los disfraces más representativos de la fiesta patrimonio de la humanidad: las Negritas Puloy.
Para Isabel Muñoz, portadora de la tradición del personaje y fundadora de la comparsa, lo es todo. Es un aliciente, una terapia y la oportunidad de compartir con muchas personas la festividad. Al pisar la Vía 40 —dice— se le olvidan las penas, las angustias y el estrés de los días previos. Puede llorar de emoción al ver el resultado en las caras alegres de los espectadores y entonces decir “valió la pena”.
Mónica Gontovnik Hobrecht, profesora del departamento de Humanidades y Filosofía de la Universidad del Norte y doctora en Estudios Interdisciplinarios en Artes, conoce este sentimiento. La docente lideró en 2016 una investigación financiada por Uninorte, en la que abordó los mecanismos y características que permitieron a este disfraz de barrio instalarse en la iconografía de la fiesta popular más grande de Colombia.
“Desde 1984 están en el Carnaval, ensayan en el barrio y como las han replicado se autodenominaron Las Negritas Puloy de Montecristo. Ellas no son bailarinas, ni tienen cuerpos esculturales, pero su disfraz ha evolucionado de acuerdo con la ciudad”, cuenta Gontovnik en su oficina, mientras observa algunas fotos en el computador.
Las Negritas Puloy adoptaron en 1984 el apelativo de ‘Montecristo’ para referenciar el barrio donde viven Isabel y su hermana Martha, portadoras de la tradición iniciada a principios de los sesenta por un grupo de mujeres del barrio Boston, entre ellas su suegra Natividad López. Buscando un disfraz para el Carnaval, las artistas originales se inspiraron en una revista de disfraces, el imaginario popular de la empleada doméstica y en la marca de un detergente llamado Puloil (del inglés pull oil, que significa arrancar grasa). La transformación de esta palabra a Puloy, señala la investigadora, es un claro acto de apropiación del lenguaje popular.
Génesis
De acuerdo con el estudio, en principio la idea era entrar a los bailes de carnaval donde mujeres sin parejo no tenían acceso. Como en la fiesta es usual el travestismo, contaron con que la gente pensara que eran hombres disfrazados de mujer. El atuendo en ese entonces disponía de un sencillo vestido con delantal y pañoleta, reminiscente de las estampas de mujeres negras en diferentes actitudes de servidumbre. Cubrían sus rostros con una careta de tela negra, en los brazos llevaban medias negras que simulaban guantes para las manos y las piernas estaban igualmente cubiertas por mallas que remitían a la piel oscura. Llevaban traperos, escobas, ollas, sartenes y limpiones, con los que jugaban a limpiar las casas ajenas.
Beatriz y Edith de la Peña, carnavaleras septuagenarias, narraron a Gontovnik cómo, junto con otra hermana, Carlota, hicieron parte de ese grupo de chicas que salían disfrazadas como “negritas” en el barrio Boston. Se reconocieron en una fotografía de 1966, recopilada durante la investigación; y recordaron a Anita Consuegra, Enid Ariza y a Natividad, quienes salían desde temprano vestidas “de un modo no sofisticado como el de ahora”: con medias negras largas, vestido de fondo blanco con bolas rojas, corto y fruncido, escote de palangana, una arandela, un turbante, la boca roja (que era parte de la tela que tapaba la cara), unas argollas grandes como aretes, medias que hacían de guantes y unas baletas.
En el Caribe colombiano el disfraz se convertiría en un referente genérico de aquello relacionado con el aseo y la fisionomía de las mujeres de pieles oscuras, generalmente procedentes del campo, que buscaban en la ciudad mejores oportunidades laborales para el sustento de sus familias. Pero la mayoría de estas referencias hoy no se mantienen en el disfraz, ni en la forma de presentarse ante el público, ni mucho menos en la mente de quienes se reapropian de la popular negrita.
Según Gontovnik, quien danzó disfrazada de negrita Puloy en el Carnaval de 2016, con las protagonistas, “esta manifestación carnavalera ha sido mantenida con gran esfuerzo durante más de 30 años ininterrumpidos, gracias a un disfraz que cambia con los tiempos y con los desfiles en los cuales participan sus integrantes. Este tipo de memoria no se conmemora con una estatua, no se fija para retornar a ella, sino que se actualiza cíclicamente. Es precisamente su naturaleza efímera la que la mantiene viva”.
Negritud y evolución
Gontovnik confirmó que disfrazarse de Negrita Puloy ya había tomado auge en la década del setenta entre las comparsas y clubes sociales de Barranquilla. Para los años ochenta, se consolidó la “tradicionalización” de disfraces populares en la Barranquilla, que reforzó el crecimiento popular de la fiesta. Carlos Franco, quien fue uno de los principales coreógrafos folcloristas de la región, fundó en 1983 la comparsa Las Negritas Puloy y las Zipotes Marimondas, con el objetivo de rescatar “disfraces tradicionales que estaban a punto de desaparecer”.
La profesora argumenta que parte de esta aceptación del disfraz se basó en la ideología del mestizaje, con la que se “tapa una realidad de exclusión racial en Latinoamérica”, y que diversos expertos han teorizado en la región. “La etnicidad colombiana, que consta de lo negro, lo indígena y lo blanco, sirve en los discursos nacionalistas para inducir a creer que esta mezcla de razas es un elemento que identifica a una Colombia igualitaria, pues se lleva en la sangre esa paridad. Pero en la vida cotidiana ser negro o ser indígena viene ligado a la falta de oportunidades”, advierte la investigadora.
Bajo esta perspectiva de segregación, “así como es mejor tener unos rasgos físicos menos asociados a lo negro en la sociedad colombiana para poder tener más oportunidades de ascenso económico y social”, así la comparsa Las Negritas Puloy ha ido transformándose.
Cambiaron la utilería de aseo por unos paraguas vistosos y las baletas por unas zapatillas altas. Dejaron de lado la máscara de tela negra para maquillar sus verdaderos rostros y estar “a la altura de la percepción de belleza culturalmente aceptable”. Tomaron una peluca de rizos negros, subieron su falda y sobre las mallas negras muestran con picardía una tanga roja, cada vez que posan para lanzar un beso coqueto.
“Pasó de ser el estereotipo de la sirvienta negra al de, como lo llamo yo, la mulata sabrosa, con la que la mujer barranquillera del siglo XXI se pueda identificar, dando un triunfo en la imaginación popular urbana”, concluyó Gontovnik.