¿Por qué, si su potencial energético está tan claro, no tenemos microalgas nadando por todas partes a nuestro alrededor, como grandes baterías vivientes? La palabra clave resulta extraña para la mayoría de personas, pero para los científicos que trabajan en esta área es de lo más común: floculación.
Las algas, como las plantas, necesitan el espacio suficiente para captar luz solar; entonces, casi no se aglutinan porque perderían eficiencia para esa vital tarea. Eso, perfectamente normal para ellas, constituye una de las principales barreras a la hora de aprovecharlas. Si uno quiere extraerlas de un tanque para secarlas y comenzar su aprovechamiento como biocombustibles, significa que debe gastar casi tanta energía como la que producirán haciendo que la ecuación económica y ambiental no tenga mucho sentido. Si en un litro de agua hay 5 gramos de microalgas, evaporar ese litro de agua demanda cerca de 2256,5 kJ (kilojulios). Siguiendo estas matemáticas: obtener un kilogramo de alga seca exigiría unos 56 500 kJ.
Leonardo di Mare, ahora egresado del doctorado en Ingeniería Mecánica de Uninorte, decidió sumergirse en este problema. “En los últimos años se ha llegado a la conclusión de que la forma más eficaz para reducir los costos energéticos asociados a la separación de las microalgas es el empleo de procedimientos como la floculación. Este método consiste en aglomerar las células, decantarlas del grueso del volumen de agua y, gracias a que aumenta el tamaño de las unidades separadas, reducir la energía a emplear para concentrar más el caldo resultante”.
Tras probar con distintos métodos, como electrofloculación, adición de hidróxido de sodio, adición de otra cepa de alga, adición de floculante y adición de coagulante, Di Mare finalmente demostró que el camino más eficiente para lograr la floculación podía ser el de adición de coagulante.
Para el profesor Bula con este avance se abrió la posibilidad de dar un salto real de experimentos de laboratorio a problemas de la vida real y pensar en todo un ciclo de aprovechamiento de las microalgas. Con el conocimiento previo sobre cultivos de algas, sumado a la experiencia en bioremediación, el grupo ahora trabaja en descubrir el mejor camino para “alimentar” las algas con el dióxido de carbono que emiten las industrias;, por ejemplo, las cementeras, que usan hornos que producen toneladas de este gas de efecto invernadero responsable del calentamiento global.
“Si pasamos los gases con alto contenido de carbón que produce una de estas industrias a través de una piscina con algas, ellas los pueden retener y así disminuir la huella de carbono”, explica Bula. Un solo horno en una industria cementera puede producir hasta 5000 toneladas de CO2 al día. De esta manera las microalgas se convierten en un filtro capaz de capturar el CO2.