Las secuelas invisibles
de la
violencia
contra la mujer
en nuestras
Por Omar David Alvarez |
Mientras usted lee este artículo, una mujer está siendo maltratada física o psicológicamente por su pareja o por un ex. Más grave aún es que para el 88 % de ellas no será la primera ni la última vez. Estas cifras alarmantes son las que llevaron a Nathalia Quiroz, estudiante del doctorado en Psicología de la Universidad del Norte, a ahondar sobre las secuelas que la violencia contra la mujer deja en las víctimas más allá de los moretones o marcas en el cuerpo.
En su búsqueda de evidencia científica encontró material bibliográfico de Estados Unidos que hablaba de los lugares del cuerpo en los que más eran violentadas las mujeres. Tal y como un boxeador que en cada pelea recibe un sinnúmero de golpes que a corto plazo parecen superficiales, una mujer que es víctima de violencia de forma repetitiva sufre alteraciones en su cerebro que le impiden llevar una vida, funcionalmente hablando, normal.
Nathalia Quiroz y su tutor Carlos De los Reyes, profesor de Psicología de Uninorte, decidieron investigar a nivel local y preguntarse sobre las alteraciones cognitivas en las mujeres víctimas. En gran parte, la importancia de la investigación radica en que “este tipo de lesiones no es tan visible como una herida abierta; por eso muchas veces no son reportadas ni atendidas al momento de hacer la denuncia”, explica De los Reyes, neurosicólogo.
Para conocer un poco más sobre posibles patrones en la violencia contra la mujer, los investigadores llegaron hasta la Fiscalía para analizar 170 denuncias de maltrato por parte de parejas sentimentales o exparejas. A partir de esa información establecieron las zonas del cuerpo en las que las mujeres son más golpeadas. Identificaron que el 77,6 % de las lesiones ocurren en cabeza, cara y cuello, obteniendo un primer indicio de que el cerebro está mucho más expuesto a sufrir traumas a causa de los golpes.
El reporte también les permitió establecer que el 60 % de las mujeres reportan al menos un síntoma relacionado con el traumatismo craneoencefálico, como pérdida del conocimiento, vómito o náuseas. Todos estos datos eran contundentes para que los investigadores consi d e ra ran que, en efecto, los micro traumatismos cerebrales causados en mujeres víctimas de violencia, podrían –a largo plazo– afectar sus funciones cerebrales. Entre otras cosas porque en esas situaciones de estrés crónico el cuerpo libera cortisol. “La violencia genera desde el punto psicológico afecciones en la funcionalidad, pero además se elevan los niveles de cortisol, una hormona relacionada con el estrés y que de manera crónica produce daño cerebral”, explica De los Reyes.
Esto los llevó a una segunda etapa de su investigación en la que buscaban establecer a nivel cualitativo las consecuencias presentadas en mujeres víctimas de violencia. A través de instituciones como la Alcaldía de Barranquilla, contactaron a 22 mujeres para que hicieran parte de la investigación mediante entrevistas clínicas. En asocio con el Hospital Universidad del Norte se realizaron esas actividades para evaluar memoria, atención, función ejecutiva y funcionalidad.
Los análisis cualitativos mostraron que en las mujeres víctimas se presentan alteraciones en la capacidad de atención, memoria, velocidad de procesamiento y disfunción ejecutiva. “Esto hace que funciones tan básicas como escoger el uniforme de tu hijo para ir a clases sea todo un reto al no recordar cuál le toca”, cuenta Nathalia Quiroz, recordando uno de los testimonios que escuchó.
Otro de los hallazgos importantes de la investigación es que identificaron que aunque haya pasado mucho o poco tiempo desde el episodio de maltrato, al recordarlo las víctimas llegan a sentir el mismo nivel de estrés que vivieron en ese momento. “En las entrevistas hemos identificado que muchas mujeres después del maltrato vuelven a sentir estrés porque asocian lugares, objetos y demás elementos a ese momento”, explica Quiroz. Es por eso que en las sesiones de entrevistas con el equipo se les ofrece terapia psicológica si así lo requieren.
“El efecto a largo plazo de la violencia a la mujer es que —incluso si ya no se encuentra en peligro porque su agresor está en la cárcel— el recuerdo de la agresión sigue provocando los mismos efectos hormonales en ella y provocando estrés crónico”, explica De los Reyes. Además, añade, el estrés crónico está relacionado con enfermedades mentales, enfermedades neurodegenerativas y dolencias del sistema inmunológico como el cáncer.
Actualmente los protocolos de atención a mujeres víctimas de violencia de pareja no incluyen un diagnóstico neurosicológico. Es por esto que uno de los propósitos es que mejoren estos protocolos iniciales para que se tengan en cuenta estos factores en la atención a la mujer. “Tal vez por el hecho de no ser visibles no se atienden con igual urgencia, pero es necesario evaluar síntomas como vómito, pérdida del conocimiento y la reincidencia del episodio de violencia”, explica De los Reyes.
Lo importante es que estas afecciones neuropsicológicas son corregibles, “la dificultad está en que hoy ni siquiera se diagnostican estas alteraciones cerebrales, así que no se brindan los tratamientos adecuados para corregirlas”, menciona Quiroz, para quien uno de los objetivos finales de la investigación es lograr mejor atención para las víctimas, mejores estudios y reparaciones más proporcionales a la afectación generada.
¿Hacia donde avanza la investigación?
El próximo paso es encontrar la cantidad de cortisol que libera una mujer en eventos de violencia de pareja para lograr establecer el nivel de riesgo que tienen las mujeres al estar expuestas a esta hormona en sus cerebros. Esto a través de una técnica nueva en el mundo que es más precisa en comparación con los métodos tradicionales. “Usualmente se mide el cortisol en sangre o saliva, pero los resultados varían mucho porque se detectan los niveles que hubo al momento de tomar la muestra y no en el momento de violencia”, comenta.
Cortisol en cabello es la técnica que los investigadores ya están aplicando para encontrar las huellas de esta hormona en mujeres víctimas. “El proceso es relativamente sencillo, se toma una muestra de cabello de la parte posterior de la cabeza, eliges la segunda capa de cabello y cortas lo más cercano a la raíz, luego se analiza en el laboratorio con una serie de reactivos”, explica Nathalia Quiroz sobre el proceso. Las muestras se están analizando en el laboratorio de la Universidad de Granada España, que se ha asociado a la investigación.
La explicación científica es que el cortisol deja rastros más precisos en el cabello que no varían con facilidad. Es decir, cuando una mujer sufre un episodio de maltrato, la hormona se eleva y deja una “huella” en el cabello que puede ser detectada hasta tres meses después. “A través de este método obtenemos datos más confiables que pueden ayudar a determinar el nivel de riesgo del paciente”, concluye De los Reyes.