Este es uno de los casos que el profesor Jesús Arroyave analizó en una investigación sobre la manera en que los medios masivos de comunicación cubrían el conflicto armado, y su aporte al fortalecimiento de la esfera pública y la construcción de paz. Una de las conclusiones más contundentes de esta investigación es que en Colombia “los medios de mayor consumo mantienen un enfoque que se alinea con el periodismo de guerra”. Es decir, un periodismo que se centra, principalmente, en el “aquí y el ahora” y no ofrece una mirada integral, profunda y comprensiva de los hechos; que privilegia a las élites y a los líderes de poder como fuentes de información, en lugar de visibilizar a las víctimas y grupos minoritarios, que son los más afectados por la guerra. Un periodismo que simplifica el conflicto a una confrontación entre buenos y malos, héroes y villanos, incapaz de analizar las franjas grises; que utiliza un lenguaje victimario y demonizador que acentúa las diferencias y enfatiza los desacuerdos.
Precisamente, el capítulo de la historia de Colombia con el que comienza este artículo recoge buena parte de estas características. “La votación del ‘no’ en el plebiscito se constituye en un triunfo contundente del periodismo de guerra. La desinformación y la manipulación ideológica y emocional prevalecieron como mecanismos que reemplazaron el análisis y la comprensión de los diferentes puntos del Acuerdo de Paz en la agenda mediática”, señala el profesor Arroyave en el artículo ‘El periodismo de paz en Colombia, un anhelo distante’.
Precisamente, el capítulo de la historia de Colombia con el que comienza este artículo recoge buena parte de estas características. “La votación del ‘no’ en el plebiscito se constituye en un triunfo contundente del periodismo de guerra. La desinformación y la manipulación ideológica y emocional prevalecieron como mecanismos que reemplazaron el análisis y la comprensión de los diferentes puntos del Acuerdo de Paz en la agenda mediática”, señala el profesor Arroyave en el artículo ‘El periodismo de paz en Colombia, un anhelo distante’.
En América Latina pocos estudios se han concentrado en comprender el rol de los medios en la construcción de paz. En Colombia sucede lo mismo. Aunque diversas investigaciones han apuntado a analizar la relación medios-guerra, pocas han abordado el rol de los medios de comunicación en la paz. “Es evidente la necesidad de la teorización en torno al papel de los medios y los mejores caminos para lograr una cubertura ideal que fortalezca la opinión pública y contribuya a una salida pacífica del conflicto”, resalta el profesor en un artículo. ¿Qué se encontró en esa revisión?
Un cubrimiento ligero que deja muchas preguntas
Ha pasado mucho tiempo sin conocer la verdad de lo sucedido. Hoy, gracias a la JEP, el país sabe que por lo menos 6.402 colombianos fueron asesinados ilegítimamente para ser presentados como bajas en combate entre 2002 y 2008. Sin embargo, durante años, este capítulo de la historia del país, reflejo de la degradación y crueldad a la que llegó la guerra, estuvo contado por los medios de comunicación predominantes desde una mirada superficial, ligera y sesgada, que impedía reconocer las dimensiones de esta tragedia. Este fue otro de los casos que analizó el profesor Arroyave.
Esta investigación arrojó que existe un afán de los medios masivos de narrar el conflicto desde el “aquí y el ahora”, sin profundidad explicativa. Predomina el formato de noticia: breve, rápido, sin contexto, sin análisis de los impactos. Incluso, cuando se abordan temas complejos y controversiales como las ejecuciones extrajudiciales, han prevalecido los cubrimientos acríticos y descontextualizados. El investigador cita los resultados del Proyecto Antonio Nariño que, luego de analizar 3.039 piezas periodísticas sobre el conflicto armado, encontró que el 94% ofrecía una narración “bajo las lógicas estructurales de la noticia y las breves-mixer... mientras que las narrativas más interpretativas, que ofrecen elementos más contextuales, vivenciales y testimoniales, apenas obtienen, sumadas en conjunto, el 6% de los géneros periodísticos utilizados”. En el caso de los llamados “falsos positivos”, el profesor Arroyave asegura que la cobertura ha sido “simple, básica, elemental. No alcanza a profundizar en lo que significa un crimen de Estado”.
¿Nos volvimos insensibles?
El periodismo que llega a las masas ha contado el conflicto armado dividiendo a sus actores entre buenos y malos; clasificando a un bando como los héroes y salvadores y al otro, como los villanos. Esto, en una guerra en la que existen múltiples actores, de diversos bandos, legales e ilegales, con líneas difusas que los separan, con unos grises imposible de categorizar. “Estas imágenes negativas del opositor ayudaban a construir creencias deslegitimadoras que justificaban el uso de la fuerza” y que “en poco contribuye a la solución pacífica del conflicto”, afirma el estudio.
¿Quién lo está haciendo diferente?
En los últimos diez años, por lo menos, han surgido en Colombia medios independientes y alternativos de comunicación que llegaron para desafiar los males del periodismo masivo colombiano. Algunos de ellos están liderados por periodistas experimentados que hicieron carrera en grandes medios y fundaron sus propios proyectos, para ir en “contracorriente” a lo que han querido imponer los grandes medios de comunicación, como reza el lema de uno de ellos. Medios como Vorágine, Mutante, Cuestión Pública, Baudó, Cola de la Ruta y Rutas del Conflicto, están aportándole al periodismo colombiano investigación, profundidad, innovación y creatividad. Sin embargo, como apunta el profesor Jesús Arroyave, la gran mayoría son apuestas digitales que tienen un impacto limitado; que no llegan a las regiones más apartadas, desconectadas de internet y del centro del país, que son también las más golpeadas por la violencia.
Para los medios comunitarios el lenguaje ha sido una herramienta de acercamiento, de unión, de generación de confianza. Son medios que “hablan en diferentes acentos”, que comunican desde lo local, que “desarmaron el lenguaje, la palabra”, que no leen a los actores de la guerra bajo la dicotomía de buenos y malos. “No hacen una diferenciación tan marcada porque reconocen que en este tipo de dinámicas hay unas tonalidades grises que son mucho más complejas, que se escapan a las maneras de reportar el conflicto de los medios masivos”, explica el profesor Camilo Pérez.
El periodismo comunitario ha privilegiado la participación ciudadana para abrir conversaciones con el público, para integrarlo, para generar relaciones horizontales en las que las audiencias son parte esencial del oficio. Ha narrado las realidades desde los territorios, desde las comunidades, no desde los escritorios. Ha visibilizado las resistencias; las acciones cotidianas de los pueblos para resurgir, para escribir la paz. Pero son, también, proyectos muy permeados por las lógicas comerciales, desfinanciados. Para el profesor Camilo Pérez, el apoyo a estos proyectos no solo es responsabilidades del Estado, de la institucionalidad. La academia tiene la oportunidad de jugar un rol clave. “Estas maneras de hacer comunicación, de gestionar los conflictos y gestionar paz, son puentes para generar diálogos de saberes, para aprender juntos. La paz no un proceso individual. Para andar juntos hay que reconocernos, mirarnos los ojos, escucharnos”.