La huella de los
primeros
isleños de
Centro América
Centro América
Por Oriana Lewis |
La basura es quizás la mejor tarjeta de presentación que tiene una sociedad. Lo que botamos lo dice todo acerca de nosotros: qué nos gusta comer, qué ropa nos ponemos, cómo nos entretenemos y cuáles son nuestras herramientas de trabajo. No es de extrañar que los basureros sean uno de los puntos de mayor interés para los arqueólogos que buscan entender cómo era una sociedad extinta. Eso fue exactamente lo que encontró el arqueólogo de Uninorte y director del Museo Mapuka Juan Guillermo Martín: lo que resultó ser el botadero de los que hasta ahora son los pobladores más antiguos de las islas de Centroamérica. Irónicamente, los desperdicios, que datan de 6200 años antes del presente, descansan en medio de uno de los grandes destinos del turismo de lujo de Panamá. La sola mención de Pearl Island, ubicada en el Archipiélago de las Perlas, en el corazón del Golfo de Panamá, basta para que viajeros evoquen imágenes de animales exóticos y prístinas playas privadas de agua turquesa y arena blanca. No obstante, al admirar la fauna local probablemente pocos sepan que esta solía ser bastante más diversa. Y que esa isla, en donde se construye un exclusivo complejo turístico, se llama en realidad Pedro González.
El lugar ha sido guardián de antiquísimas evidencias de la actividad de un pueblo, y de los huesos humanos y animales más viejos hallados hasta ahora en las islas de este país. El basurero es una ventana al pasado que ha servido para explorar no solo cómo vivían estos isleños, sino para medir el impacto del asentamiento humano en un ecosistema delicado.
“En los ambientes isleños los ecosistemas son sumamente frágiles porque hay poco espacio y la biodiversidad no es tan alta”, explica el arqueólogo Martín, quien lidera el proyecto con respaldo del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. “Sin embargo, en el pasado esta isla tenía más diversidad de fauna que ahora. Pero con la llegada del ser humano hace 6200 años se precipitó la extinción de muchas especies”.
Los restos encontrados incluyen los de un venado enano que ya no existe, el cual hacía parte importante de la dieta de esos primeros habitantes.
La pérdida de biodiversidad en islas no es un tema novedoso. Investigadores del mundo han llevado a cabo estudios similares en la isla de Pascua, en las Mauricio y otras islas oceánicas con poca influencia del continente. Pero para el arqueólogo inglés Richard Cooke, científico del Smithsonian, quien lleva 43 años radicado en Panamá y está vinculado al estudio, la novedad de este proyecto radica en que se trata de los primeros datos que tenemos de presencia humana en islas dentro de la plataforma continental. “Este es un proyecto multifacético que puede servir a muchos investigadores”, explica Cooke. “Tenemos una hipótesis fuerte y es que esta población humana acabó con los venados que habían vivido aislados durante mucho tiempo. Hay también otros animales que desaparecieron, como dos especies de tortugas y un mono capuchino”.
El proyecto de investigación empezó en 2007 cuando el boom de la construcción y turismo llegó al archipiélago de Las Perlas y empezaron a destruirse sitios arqueológicos. Para evitar la pérdida de esa información invaluable, Cooke ideó una estrategia de prospección arqueológica en la zona, y contactó a Juan Guillermo Martín para que coordinara la iniciativa. En 2009 Martín y su equipo encontraron el basurero. Pero no fue hasta 2015, luego de cuatro meses de continuo trabajo de campo, en que lograron hacer la excavación más amplia, cubriendo 28 metros cuadrados y seis metros de profundidad. Allí pudieron recuperar los desechos de la vida cotidiana de aproximadamente 600 años de ocupación humana, con un rango temporal de entre 5600 a 6200 años antes del presente, un período clasificado como precerámico tardío.
Reconstrucción del cráneo de un venado enano, que consumían los primeros isleños.
Dos momentos, dos hipótesis
Durante esta ocupación precerámica se identificaron dos momentos importantes. El primero contó con una amplia presencia de animales terrestres que fueron aprovechados por los habitantes de la isla. “Los primeros humanos se beneficiaron con una biodiversidad más amplia de la actual, que incluía más mamíferos. Por eso basaban su dieta en la fauna terrestre”, afirma Sergio Andrés
Castro, arqueozoólogo encargado de analizar los millones de restos de fauna del proyecto. Castro explica que a partir de los procesos tafonómicos (los sucesos que afectaron a un organismo desde que murió hasta que son encontrados en el depósito arqueológico) los investigadores han podido determinar qué restos de animales terminaron sus días en el basurero y las condiciones bajo las cuales fueron consumidos.
Todo iba bien con el consumo de los abundantes vertebrados terrestres, hasta que, hace 5900 años, se produjo un cambio abrupto: los venados prácticamente desaparecen y se empiezan a aprovechar otros recursos, ahora marinos, como moluscos y peces de mar adentro, como el bagre, ilustra Castro. En ese momento fue recurrente también la caza de delfines, una práctica que no se había reportado dentro de las actividades de los pueblos prehispánicos americanos. La gran cantidad de restos encontrados y las vértebras con la evidencia del arpón de caza corroboran que se trataba de una práctica constante y bien desarrollada.
Los investigadores atribuyen a dos razones ese cambio en la dieta y las herramientas de piedra utilizadas. Una es que se haya tratado de dos oleadas migratorias distintas, en donde cada grupo de personas llegó con sus técnicas especializadas de aprovechamiento de recursos. El primer grupo se habría ido hace 5900 años y luego habría llegado el segundo. La otra teoría apunta a que fue un mismo grupo de personas que, debido al agotamiento de los recursos, tuvo que adaptarse e implementar otras alternativas de supervivencia.
Trabajadores de la (micro) piedra
En las excavaciones se encontraron, además, miles de diminutas lascas y navajas que en su mayoría no miden más de un centímetro. Se cree que estos microlitos se utilizaron para fabricar herramientas compuestas, como ralladores para maíz y tubérculos.
“Con base en relatos etnográficos y otros hallazgos arqueológicos, estos ralladores fueron fabricados y reparados en su totalidad por mujeres”, afirma Georges Pearson, encargado del análisis de las herramientas líticas del proyecto.
Aunque Pearson ha analizado miles de artefactos de piedra durante su extensa carrera académica, el investigador asegura que las posibles implicaciones de lo encontrado en Pedro González son sorprendentes. “Cuando los talladores en el continente buscaban piedras para sus herramientas, normalmente evitaban las malas porque tenían acceso a varios materiales para elegir. En cambio, las materias primas más comunes en esta isla fueron nódulos de ágata de calidad mediocre, e incluso inutilizable”. Los talladores isleños adoptaron entonces varias estrategias de fabricación de herramientas para maximizar la cantidad de piezas utilizable, que los arqueólogos consideran como únicas. Por ejemplo, un proceso llamado ‘tratamiento térmico’ consistía en enterrar las ágatas en la arena y prender un fuego encima para luego realizar las fracturas con mucho cuidado. “Los problemas más difíciles a los que se enfrentaban los talladores eran los planos de fractura natural, que a menudo dictaban cómo se romperían los nódulos. En lugar de intentar forzar su voluntad en estas ágatas, los talladores tuvieron que modificar sus estrategias de fabricación en torno a estas fisuras naturales”, explicó Pearson. En otras palabras, trabajar con la naturaleza, no en contra de ella. En las herramientas de piedra también se encontraron fitolitos de maíz (estructuras rígidas que una vez fueron parte de la planta y que se convirtieron en minerales con el paso de los siglos) y de algunos tubérculos aún no identificados. Martín y Pearson esperan extraer de ahí evidencias de otros vegetales para ver cómo se complementaba la dieta de estas personas. “El hecho de que estén sembrando maíz implica también la transformación del entorno. Este es un grupo pequeño y el impacto seguramente no es tan grande pero son cosas que hay que tener en cuenta para entender cómo afecta la llegada humana a la isla”, explicó Martín.
La mujer más vieja de Panamá
El arqueozoólogo Sergio Andrés Castro analiza restos fósiles. |
Además de los restos de basuras, las excavaciones hallaron los huesos de una mujer. Tendría ente 25 y 35 años y medía menos de metro y medio de altura. Ha pasado a ser la dueña de los restos óseos más antiguos del Panamá insular. Javier Rivera, investigador del departamento de Historia de la Universidad del Norte, es el encargado de analizar esos huesos. “Tenemos los huesos de al menos cuatro individuos, pero solo está claro que los de la mujer pertenecen a una misma persona”, dice.
Lo interesante, según Rivera, es que algunos de los huesos encontrados están incinerados. Si bien en un principio se pensó en canibalismo, no se hallaron pruebas suficientes para sustentar esta hipótesis. De acuerdo con Rivera, podría tratarse más bien de prácticas funerarias.
“En la secuencia más temprana, en cambio, los huesos encontrados no están incinerados pero sí hay un número que tiene huellas de corte. Sin embargo aquí tampoco podemos hablar de canibalismo. Necesitaríamos más evidencias”, dijo.
Los huesos están bajo intenso estudio para determinar qué tipo de herramientas fueron usadas para los cortes y si hubo o no aprovechamiento de la carne. También se tomarán muestras en un diente de la mujer para identificar su dieta, y se analizará cómo habría sido su actividad muscular para determinar qué hacía en su día a día.
A estos tres grandes frentes del proyecto —fauna, instrumentos de piedra y restos humanos— los investigadores planean sumarle uno más: clima. De esta manera, esperan poder recrear casi en su totalidad el entorno de estos primeros pobladores isleños de América Central.
Todo esto, gracias a un botadero. Uno podría preguntarse lo que los arqueólogos del futuro leerán en nuestra propia basura.