Por Ángela Posada-Swafford
Asesora editorial de Intellecta
www.angelaposadaswafford.com
El estudiante de octavo semestre Alberto Moros Marcillo se ha ganado el Premio Nacional al Inventor Colombiano no solo una, sino dos veces, con sus sistemas de generación y almacenamiento de energía.
Cómo funciona el mecanismo de relojería que se mueve dentro de la mente de un inventor es algo que han estudiado desde las oficinas de patentes hasta los doctores en filosofía y los biólogos evolutivos. ¿De dónde sale este impulso de inventar? ¿Qué tipo de cabeza y de personalidad son necesarias para crear cosas como los post-it notes, el asfalto, la aspirina o el emparedado de jamón y queso? Los inventos pueden tardar años en producir frutos, y uno pensaría que sus creadores se frustran o pierden el interés, pero en realidad siempre hallan formas de disfrutar el proceso. Para ellos los objetos ordinarios están llenos de posibilidades, y la fuerte necesidad de ‘cacharrearle’ a las cosas en el fondo lo que busca es explorar un proceso nuevo. Pero los mejores inventores son personas que ven necesidades —porque el 80 % de la buena invención es reconocer claramente el problema que se pretende resolver—.
Y es que las mentes creadoras de soluciones vienen en todas las edades y profesiones imaginables. En Uninorte estudia una de ellas: un barranquillero que ha estado haciendo olas en el campus desde que entrara, becado, a cursar Ingeniería Eléctrica en 2015. Desde entonces, el estudiante de octavo semestre Alberto Moros Marcillo se ha ganado el Premio Nacional al Inventor Colombiano –otorgado por la Superintendencia de Industria y Comercio– no solo una, sino dos veces; y, como si no fuera suficiente, también se ha llevado el segundo lugar en la misma competencia en cuatro ocasiones casi consecutivas.
Conocí al joven inventor el año pasado porque me mandó un mensaje por Whats App. “Veo que mañana dictará una conferencia en la universidad donde yo estudio. Quisiera saludarla y contarle un poco sobre mi recorrido”. Durante esa primera conversación descubrí que para un chico de entonces 20 años de edad, ese recorrido estaba ya bastante lleno de hitos. Desde entonces hemos hablado en otro par de ocasiones, y como toda mente inquieta, cada vez arremete con más inventos, más aspiraciones y más ideas.
El cuento corto es que le apasionaron la ciencia y la ingeniería desde chiquito. La típica historia del pequeñajo que desarmaba los carritos de juguete para ver cómo estaban hechos sus diminutos motores. A los cuatro años ya estaba exponiendo proyectos de ciencia en el colegio, “haciendo demostraciones de principios físicos que desde ese entonces estaban al alcance de mi entendimiento. Mi papá me ayudaba a construir las maquetas, y puedo decir que fue él especialmente quien me inspiró a interesarme por la astronomía, que es ahora mi segundo gran interés intelectual. Siempre estuve marcado por mis padres primero y luego por los profesores del Colegio Colón, porque encontré en todos ellos el apoyo incondicional para encaminarme por la ciencia. Por ejemplo, los planes de los sábados por la mañana eran estar en casa de mis abuelos viendo Discovery en la Escuela en la tele. Y esos temas de astronomía, química, biología y física me fascinaban”.
Cuando murió su padre, Alberto tenía siete años. “Creo que la ciencia, justamente, fue un refugio para mí en ese momento. Un medio para poder salir adelante haciendo algo que me gustaba”. Poco a poco fue entendiendo que esa atracción a la larga, más allá de un simple interés, podría ayudarle económicamente en su vida profesional. Y entonces, durante el último año de colegio, a los 16 años, cuando ni siquiera sabía lo que era una patente, salió con su primer invento: “Una turbina eléctrica para producir y recolectar energía, especialmente diseñada para funcionar en el río Magdalena”, dice con orgullo de padre; y luego se lanza a una explicación vertiginosa:
“El río Magdalena tiene la peculiaridad de que su caudal es alto pero fluye a baja velocidad, y además, está casi al nivel del mar. Construir una represa allí es casi imposible. Yo pensaba en crear algo que fuese versátil, que de pronto pudiera serle útil a una comunidad aledaña al río donde el acceso a la energía en esos momentos no era factible. Y lo que hice fue crear una turbina de poca potencia, adaptando la tecnología existente para trabajar específicamente con las condiciones de profundidad, velocidad y fuerza del Magdalena, de tal manera que tuviera la potencia necesaria para producir energía suficiente para iluminar los pequeños pueblos cercanos”.
El trabajo llamó la atención en el colegio, y los profesores alentaron a Alberto para inscribir la turbina en el Premio Nacional al Inventor Colombiano de 2014, donde quedó en segundo lugar. “¡Quedé en el pódium, al menos!”, exclama. Al año siguiente, cuando entró a Uninorte, tuvo que decidir hacia dónde dirigir su futuro profesional. “Estaba entre ingeniería mecánica y eléctrica, pero en este mundo todo funciona con eléctrica, entonces eso fue lo que escogí, sin desprestigiar la mecánica”, aclara.
El 2016 “fue el año del boom”, recuerda. “Creo que tenía subido el alboroto porque esta vez envié cinco inventos al premio al inventor colombiano, y fue genial porque me dieron el primer y segundo premios en la Categoría Juvenil.
▲ Uno de sus inventos convierte el paso de los autos en corriente eléctrica. “La idea es que durante el día se almacena la energía en un banco de baterías y durante la noche esa energía pasa al sistema de iluminación”.
El primer premio lo recibió el invento Sistema micro hidro-generador solar para la transformación, rectificación distribución de la energía eléctrica, básicamente un sistema híbrido de energía renovable. Según Moros, es una especie de smart grid que genera cinco kilowatts (y daría luz a unas cuatro casas); consiste en una turbina flotante similar a la anterior, pero adaptada a cualquier tipo de río, y acoplada a un micro sistema que produce energía a partir del viento y del sol. “La idea es que el sistema es utilizable en todo tipo de ambientes, de tal forma que cuando hay nubes, se use el viento y cuando no hay viento se use el agua. Es un sistema inteligente que decide qué fuente de energía está produciendo más en un momento dado, y la usa para recargar sus baterías sin que nadie tenga que decirle lo que hay que hacer. Es un sistema robusto y redundante”.
El segundo premio de ese año fue por un pavimento que transforma las vibraciones de los medios de transporte en electricidad para iluminar las vías públicas. “Fabriqué un elemento piezoeléctrico, es decir una especie de sándwich de un metal acompañado por un aislante y encima una cerámica. Lo que sucede es que al someter ese elemento a un estrés mecánico se genera un campo eléctrico y una diferencia de potencial que produce una corriente. La idea es que durante el día se almacena la energía en un banco de baterías y durante la noche esa energía pasa al sistema de iluminación”.
Como eso depende de la cantidad de los carros que pasen por la calle y de la velocidad con que se muevan, Alberto calcula que en tramos de la carrerra 51B de Barranquilla, por donde pasa un promedio de 2600 carros diarios, el invento daría 1200 watts de energía por cuatro horas a 10 lámparas LED de iluminación vial.
Para 2017 Alberto Moros era un viejo conocido en la organización del premio al inventor colombiano. Ese año ganó con otros inventos diferentes. Me llamó la atención especialmente el del primer puesto. “Es un reactor químico que genera campos magnéticos para acelerar las reacciones en los procesos catalíticos”, explica intentando buscar las palabras adecuadas para hacerse entender. “Es decir, un espacio donde uno inyecta las sustancias químicas polarizadas con las que se quiere trabajar, y el campo magnético las orienta de tal manera que hace posible que la reacción se lleve a cabo más violentamente, o sea, más rápidamente”.
Uno imagina que industrias como la farmacéutica y petrolera se interesen en algo así para hacer más efectiva la producción comercial de enzimas y alcoholes. Y aunque el reactor aun no ha sido vendido, eventualmente estará en los planes de la flamante nueva empresa Innelektrik, que creó en 2017 con un socio, gracias a un concurso del Centro de Emprendimiento de Uninorte. “Estamos construyendo la empresa y por ahora la idea de negocio es ofrecer sistemas híbridos de energías renovables para brindar soluciones residenciales e industriales”. Tienen como cuatro clientes, añade riendo, “que nos piden cosas como: quiero usar energía solar para hacer funcionar mi aire acondicionado”.
Pregunto cómo ve el futuro energético del país. “En Colombia no ha habido tanta penetración de energías renovables, no tanto por el tema de la tecnología, que haya que importarla, sino porque el 60 % de la energía en Colombia viene del agua y es barata. Entonces no hay muchos incentivos para buscar otras fuentes. Creo que hay que abrir el abanico de regulaciones políticas que ayuden a las otras energías para lograr un equilibrio”. Admite que, no obstante, habrá que ver cómo se desarrollará el futuro del ambicioso proyecto de energía eólica que plantea comenzar a colocar 2500 torres generadoras en La Guajira a partir de 2022.
Mientras tanto, su mente inquieta de inventor seguirá explorando nuevos problemas qué resolver. “Pero por ahora la prioridad número uno es el estudio”.