Por Jesús Anturi
Editor Intellecta
anturij@uninorte.edu.co
En este proyecto participa el grupo de investigación en Geociencias - GEO4, y el Instituto de Desarrollo Sostenible.
La primera gran expedición de geólogos y paleontólogos colombianos comenzó el periplo investigativo en un lugar que por más de 100 años ha sido referente mundial para la búsqueda de especies que habitaron el planeta hace entre 16 y 10 millones de años.
Al desierto de La Tatacoa, en Huila, han llegado geólogos y paleontólogos , desde hace más de 100 años, atraídos principalmente por la cantidad de restos fósiles que sin mucho esfuerzo se encuentran en los 330 kilómetros cuadrados que componen la segunda zona más árida de Colombia, que, aunque le llaman desierto, su ecosistema es realmente un bosque seco tropical. Decimos que “sin mucho esfuerzo” porque eso repiten los científicos constantemente, pero es solo llegar al lugar y darse cuenta de que el asunto, a ojos no entrenados, se parece más a encontrar un cabello en un campo de fútbol.
En el municipio de Villavieja, más exactamente en la vereda La Victoria, se escucha a los habitantes hablar de la vez que vinieron los norteamericanos y los japoneses y de los fósiles que se llevaron y que ahora hacen parte de colecciones en museos fuera del país. Gracias a las expediciones de estos científicos extranjeros, que recolectaron a tutiplén restos fósiles que los habitantes del lugar solían conservar en sus propiedades, la comunidad se percató de que algo valían las rocas y huesos fosilizados que reposaban en sus casas como adornos o cachivaches curiosos. Poco a poco entendieron que el valor no es económico, sino con la herencia que reciben de la tierra que llaman hogar.
Científicos colombianos apenas empezaron a explorar la zona a profundidad. Y este año, en el mes de enero, se conformó la primera gran expedición nacional que apunta a cambiar la estadística que indica que los extranjeros saben más de las especies que habitaron esta zona —hace entre 16 y 10 millones de años era un bosque húmedo tropical que albergaba las condiciones propicias para múltiples especies de flora y fauna— que los propios colombianos.
El geólogo Carlos Jaramillo, investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) y profesor honorario de Uninorte, y quien lideró el equipo de casi 50 personas que conformaron esta primera gran exploración, lo llama el bautizo de las expediciones en el sitio más rico de fósiles del trópico.
“Este sitio es increíble en términos de su riqueza paleontológica y porque las rocas están expuestas: podemos seguir una misma capa por kilómetros. Es un sitio único en Colombia. No hay nada ni siquiera cercano, de esa magnitud, en todo el trópico, ni en Asia, África o Sur América. Es una oportunidad única para entender cómo funciona el trópico, sus bosques y cómo han cambiado como respuesta a grandes cambios en el clima”, explica Jaramillo, profesor honorario de Uninorte.
Pero la región es un referente científico a nivel global y ya era hora de que llegaran colombianos a escribir su nombre al lado del conocimiento que las huellas del lugar aporten para entender cómo era la vida en el planeta durante el mioceno (período de tiempo geológico que va entre 23 y 5 millones de años atrás). De acuerdo con Jaramillo, es tal la importancia de La Venta que la escala de edades de mamíferos suramericanos que se usa a nivel mundial tiene una época bautizada con su nombre: Laventense.
Así que cuando Andrés Vanegas, un joven nacido en La Victoria aficionado a recolectar fósiles y que a pulso ha levantado el Museo Vigías del Patrimonio La Victoria, le escribió un correo para invitarlo a que conociera la colección de casi 1600 especímenes fósiles, Jaramillo vio que era una oportunidad ideal para reactivar la investigación en la zona. Sobre todo ahora que el país ha entrado en una época de menos violencia en el campo y cuenta con una masa crítica de profesionales en el área que están haciendo ciencia de categoría internacional. Y, como si fuera poco, vio que todo esto podía hacerse en cooperación con la comunidad.
El equipo de investigadores que hicieron parte de esta primera gran expedición estuvo conformado por cuatro grupos de paleontólogos, responsables de la búsqueda de fósiles, y uno de geólogos, cuya tarea fue hacer el mapa geológico de la zona. La salida fue apoyada por el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, la Universidad del Norte, la Universidad Eafit y la Universidad del Rosario, y contó con la participación activa del grupo de jóvenes que conforman el colectivo Vigías del Patrimonio Paleontológico La Tatacoa.
Dentro de la delegación, cuatro científicos son de Uninorte. Uno de ellos, Jaime Escobar, ingeniero ambiental doctor en Ecología Paleoclima y profesor de Ingeniería Civil, quien estudia muestras de paleosuelo y análisis isotópicos de los fósiles con miras a entender el clima del periodo en que habitaron las especies encontradas y su dieta, señala que las preguntas científicas que motivan la investigación tienen que ver con entender los cambios geológicos que ha sufrido el lugar en el tiempo. Los geólogos mantienen la hipótesis de que el lugar cambió tan drásticamente (se presume que lo que ahora parece un desierto antes era un ambiente más selvático parecido al Amazonas o a una sabana con bosques galería) cuando se levantó la cordillera oriental, que cambió el rumbo de los afluentes y se separaron los dos ambientes.
“Este periodo de tiempo que vamos a analizar cae en el registro climático y geológico de la Tierra en un periodo que es muy similar a lo que se espera que vamos a tener más o menos dentro de 100 años con el calentamiento global que estamos viviendo. Entender y conocer cómo era la reacción de los ecosistemas a este clima en particular nos va a ayudar a conocer o estar preparados para lo que creemos que podemos tener en menos de 100 años”, agrega Escobar. Estas conclusiones las podrá extraer a través de estudios geoquímicos, particularmente de isótopos estables, los cuales toma de las muestras que levantan los geólogos y paleontólogos, y de algunos nódulos de carbonato de calcio de paleosuelos.
► Aldo Rincón revisa uno de los fósiles de ungulados
Un lugar lleno de cocodrilos
En Colombia aún existen seis especies de crocodilianos (cocodrilos, caimanes, babillas y sus parientes): dos de estas se encuentran en las regiones Caribe, Andina y Pacífica; otras cuatro en la Amazonía y la Orinoquía. En el mundo hay 23 especies de este tipo de animales. El paleontólogo Jorge Moreno Bernal, estudiante del doctorado en Ciencias del Mar de Uninorte y especialista en cocodrilos fósiles, destaca que en el desierto de La Tatacoa se han encontrado fósiles de hasta ocho especies diferentes del grupo de los crocodilianos. “Eso quiere decir que en esta región coexistían al mismo tiempo ocho especies de cocodrilos. Eso es algo que no entendemos muy bien, porque no entendemos cómo hacían, por decirlo así, para caber juntos ecológicamente en la misma área, ¿cómo hacían para coexistir sin competir por el alimento y por el espacio?, ¿qué ocurría en esa época para que hubiera tantas especies al mismo tiempo”.
La zona es uno de los lugares más importantes para fósiles de este grupo en en Sur América. En los años 40, cuando vinieron científicos estadounidenses de la Universidad de California se llevaron crocodilianos fósiles que ahora están en el Museo de Paleontología de esa institución. Y en 1965, el paleontólogo Wann Langston, Jr. publicó el artículo Fossil crocodilians from Colombia and the Cenozoic History of the Crocodylia in South America, en donde más del 90 % de las especies descritas provienen del área.
“La Tatacoa es un área de referencia para la historia de los crocodilianos en Suramérica. Todo el que quiera conocer esta historia tiene que pasar por acá o leer sobre lo que se ha encontrado acá. Los hallazgos de crocodilianos son de los más abundantes que existen”, dice Moreno. Los vigías del patrimonio, esos jóvenes locales que desde 2016 vienen trabajando para formalizar los hallazgos que han realizado durante años los habitantes de la región, se han encontrado con cosas nuevas para investigadores como Moreno o que han ayudado a completar información.
Durante la expedición, Moreno encontró varias partes del esqueleto de un crocodiliano del grupo de los Gavialoídeos, caracterizados por tener hocicos muy largos y estrechos. El único gavialoídeo que vive en la actualidad, el Gavial de la India, es una especie que solo se encuentra en la India y en Nepal. De acuerdo con Moreno, lo más parecido a esta especie asiática, en términos de morfología y parentesco, se han encontrado en Sur América. “Este cocodrilo que estamos excavando aquí es una de las formas que más se parece a la especie asiática. Eso es algo que estamos tratando de entender, si en realidad las características que comparten son el producto de una adaptación similar a un medio de vida similar y no tiene nada que ver con su parentesco, o si en realidad estas formas están emparentadas”.
Como parte de su investigación que prepara como tesis doctoral, Moreno también comparará estos hallazgos con los restos encontrados, en la Alta Guajira, de otra especie de crocodiliano gavialoideo, que hace parte de la colección del Museo Mapuka de Uninorte. Ambos son especímenes bastante completos para su estudio, lo que ayuda a determinar relaciones de parentesco dentro del árbol genealógico del grupo.
Por el momento sabe que el gavial de la Alta Guajira es más antiguo y que vivió en ambientes marinos (fueron encontrados rodeados de conchas, ostras, y caracoles, en depósitos que se formaron bajo el mar). Se sospecha que el origen de estos animales está en África, de donde habrían migrado atravesando el océano Atlántico hasta el caribe. Las hipótesis sobre su extinción están asociadas a cambios profundos en la hidrología del norte de Suramérica, y a los cambios climáticos ocurridos durante los últimos siete millones de años.
► Durante la expedición, los paleontólogos encontraron fósiles de un gavialoideo
Los caballos en Suramérica
Cierto es que los caballos actuales que viven en Suramérica llegaron con los europeos. Pero los caballos son especies que están al final de una larga lista evolutiva, y en su filogenia están los mamíferos ungulados (que tienen pezuñas). De este tipo de animales sí se han encontrado restos fósiles en el continente, pero por más de 100 años los científicos no han podido concluir si estos ungulados tienen relación con los caballos actuales. Debe ser porque los restos más importantes que se han encontrado son fragmentos de mandíbulas.
Aldo Rincón, doctor en Paleontología, especializado en mamíferos fósiles del Caribe y profesor de Geología de Uninorte, piensa que sí pueden estar relacionados, pero tiene claro que si quiere acabar con la incertidumbre científica debe encontrar partes del cuerpo que aclaren el asunto. En esta expedición su interés se centró en buscar patas o manos de los ungulados para descubrir convergencias con los caballos. “El hallazgo más importante es la morfología de las paticas. Esto nos va a permitir explorar cuáles son los posibles orígenes de este grupo”, dice, mientras agarra uno de los fósiles de extremidades que ha encontrado en la expedición durante sus recorridos diarios por La Tatacoa.
La especie que define este grupo de mamíferos ungulados es más joven que el periodo a estudiar en La Tatacoa; de hecho, en Colombia no se conocen restos de proteroteridos. Así que la fecha del fósil será decisiva para definir convergencias con los caballos, es decir, aunque no estén relacionados genéticamente desarrollaron morfologías parecidas. Rincón ahora tiene una pequeña ventaja: unas paticas de las que espera extraer respuestas más definitivas.
La guía en el camino
En 330 kilómetros cuadrados no se puede andar a ciegas. Los paleontólogos trazan sus rutas basados en toda la información que pueden recoger del sitio, tanto en la literatura, como en lo que cuentan los habitantes. También necesitan un mapa geológico que les permita identificar sitios de interés basados en el tipo de roca que hay. Camilo Montes, geólogo estructural de la expedición y profesor de Uninorte, lideró el trabajo de cartografía, que se hizo con la máxima precisión posible y de la forma en que se hacía a la antigua: caminando la zona.
Montes estima que en las dos semanas que estuvieron en La Tatacoa, él y su equipo, conformado principalmente por estudiantes de geología de las universidades participantes, lograron cubrir un área de 100 kilómetros cuadrados, que se logró caminando entre 17 y 20 kilómetros diarios, subiendo y bajando cerros. Para la tarea llevaban solamente un mapa de papel, lápiz y una brújula análoga, con lo cual marcan los diferentes tipos de rocas por los colores. Una técnica que ya ha caído en desuso, luego de que las imágenes satelitales o los GPS hicieran más cómodo el trabajo. A pesar de la tecnología, Montes asegura que la cartografía les da mucha más calidad.
“Un mapa geológico se hace para saber cómo es la estructura de la corteza en un sitio determinado. En este caso, les dice a los otros investigadores cuál es la localización geológica de los hallazgos paleontológicos. Por ejemplo, si encuentran un fósil de cocodrilo en un punto determinado, nosotros podemos decir en qué parte de la secuencia está ese hallazgo, si está cerca de la base, si está en la mitad, si está en el techo de toda la secuencia”, agrega Montes.
Con pocos días en el lugar, los científicos tienen seguridad de que en La Tatacoa hay material para hacer investigación durante, por los menos, otros 200 años. Este es un sitio único que seguramente ayudará a conocer mejor la historia de la biodiversidad colombiana, en particular aquella que habitó el territorio nacional hace unos 10 millones de años.
Custodios del patrimonio
El Museo de Historia Natural La Tatacoa es una realidad en progreso. Tiene ya su propia sede que lo conforman, por ahora, un cuarto donde almacena la colección de fósiles y un salón destinado para laboratorio y exhibición, y en este momento se adelanta la construcción de un segundo espacio que albergará una exhibición para el público. De las características del museo tal vez los vigías no hagan mucho alarde aún, pero con orgullo repiten que su colección tiene más de 1600 especímenes, y han identificado alrededor de 10 especies nuevas para La Tatacoa.
“Dentro de esos hay una tortuga de un género que todavía sobrevive, la mesoclemmys, que actualmente la llaman tortuga carranchina. Esa tortuga será la primera especie que lleve nuestro apellido como homenaje al trabajo que hemos desarrollado”, sostiene Andrés y recuerda que además tienen armadillos, perezosos, osos hormigueros, restos de delfines de río y una gran cantidad de fósiles muy completos.
En La Venta, Andrés ha formado un grupo de jóvenes que son los Vigías del Patrimonio, quienes aprendieron a colectar, sistematizar y preservar los especímenes fósiles, ofrecen charlas y visitas a turistas, colegios y universidades. Así se ha logrado vincular a la comunidad con el trabajo científico y se ha promovido la consciencia de conservar el patrimonio natural que rodea a los habitantes, hasta el punto que ahora cada vez que alguien va a realizar un trabajo en sus tierras y detecta un resto fósil, recurre al grupo de vigías para que estos se encarguen de retirarlo con los cuidados necesarios.