Por Pablo Correa Torres
pablocorreatorres@gmail.comDesde que comenzó la pandemia, pero especialmente cuando se decretaron las largas y duras cuarentenas para intentar mitigar el avance del coronavirus, como editor de salud de El Espectador escuché y leí reflexiones sobre cómo el SARS-CoV-2 estaba ampliando y haciendo aún más visibles las viejas desigualdades de nuestro continente.
Mientras los salubristas clamaban por extremar medidas para evitar muertes y enfermedad, del otro lado los economistas gritaban que era peligroso y en las ventanas de los edificios y casas se agitaban trapos rojos como señal de hambre.
No era ciego a esa realidad. Pero cuando vi uno de los mapas que publicaron los investigadores colombianos Luis Guzmán, Julian Arellana, Daniel Oviedo y Carlos Moncada, creí entender mucho mejor la dimensión de la advertencia. Guzmán, profesor de la U. de los Andes, compartió uno de estos mapas desde su cuenta de Twitter pocos días después de publicar junto a sus colegas, en la revista Travel Behaviour and Society, el artículo titulado COVID-19, patrones de actividad y movilidad en Bogotá. ¿Estamos preparados para una "ciudad de 15 minutos"?.
Se trata de un mapa de Bogotá. Parecido a los mapas de calor que muestran en los programas de fútbol para señalar las zonas en las que se mueve cada jugador. En color café resaltaron las zonas donde viven las personas que pueden teletrabajar. En amarillo, las zonas donde los habitantes no tuvieron otra opción que salir de sus casas a trabajar. El mapa no da pie a discusión: a un lado los que lograron trabajar de forma remota, en el resto de la ciudad los que no tuvieron esa oportunidad.
Julian Arellana, director de Investigación y del Posgrado en Ingeniería de Uninorte, cuenta que en marzo de 2020 mientras capoteaba los desafíos de estar encerrado, lejos de las aulas, nació la idea junto a otros miembros de la red Intalinc, creada inicialmente para estudiar patrones de movilidad en ciudades y que reúne más de 80 investigadores en todo el mundo y unos 30 en Latinoamérica, de unir esfuerzos para analizar qué efectos estaba provocando la pandemia en ciudades de nuestro continente.
“Queríamos mirar si la pandemia iba a hacer más visible esas desigualdades, así que decidimos tratar de capturar esos fenómenos”, dice.
Para esto diseñaron una encuesta en línea que compartieron a través de redes sociales y correos electrónicos con el apoyo de grupos en diversas universidades. Más de 4.000 personas respondieron en Colombia, Ecuador, Perú, Uruguay, Brasil, México y Paraguay. Una herramienta conocida como Maptionnaire les permitió recolectar datos sobre la ubicación de los encuestados y, al sobreponer información de locales comerciales, centros educativos y de salud, trazar una geografía urbana para entender mejor las desigualdades.
Julián Arellana.
Director de Investigación y del Posgrado en Ingeniería de Uninorte
“Lo primero que comenzamos a observar fue la desigualdad tan impresionante que existe entre lo que llamamos aventajados y desaventajados”, explica desde Londres Daniel Oviedo, investigador del University College of London. En el caso de Bogotá, porque los datos para otras ciudades aún están siendo analizados, aproximadamente el 58% de los encuestados de bajos ingresos manifestó la imposibilidad de realizar su actividad desde el hogar, mientras que el 24% y el 11% informaron lo mismo para los grupos de ingresos medios y altos, respectivamente.
Pero la encuesta demostró que el problema iba mucho más allá de la posibilidad de teletrabajar o estudiar de forma remota mientras el coronavirus continuaba con su estela de enfermedad y muerte. Quienes tenían que salir de su casa enfrentaban un problema adicional pues muchos gobiernos impusieron limitaciones en el transporte público para reducir el riesgo de contagio por Covid-19. Esto provocó cambios en la movilidad individual, ya que el 25% de los encuestados de bajos ingresos a los que les tocó salir para realizar su actividad principal durante el período de bloqueo cambiaron su modo de transporte mientras que solo el 5% de los encuestados de altos ingresos informó cambios en ese sentido.
Daniel Oviedo.
Investigador del University College of London
Un resultado similar al de Bogotá fue observado por el ingeniero Jordan Ramírez en las 688 encuestas aplicadas en Ecuador y analizadas en un trabajo de grado para la maestría en Ingeniería Civil que cursó en Uninorte: “El porcentaje de uso del automóvil y del transporte público disminuyó; no obstante, este último fue menos notorio en el grupo de bajos ingresos. Los viajes no motorizados aumentaron. La caminata, la bicicleta y la motocicleta se posicionaron como los medios de transporte más importante para el grupo de bajos y medios ingresos, y hay que considerar que ellos tienen menos alternativas para movilizarse. Además, se han visto también desfavorecidos en mayores tiempos y costos de viaje”.
Cambiar los patrones de trabajo y de movilidad es suficiente para alterar todas nuestras rutinas. Los investigadores también indagaron sobre la forma de realizar compras. Si bien las compras físicas continuaron siendo la opción preferida, las compras en línea aumentaron un 1.050%. En los grupos de ingresos altos y medios, los pedidos a domicilio mostraron incrementos del 757% y 867%, respectivamente.
Jordan Ramírez.
Ingeniero
Todas estas inequidades y muchas otras se tradujeron inevitablemente en que las personas de estratos socioeconómicos más bajos pagaron un precio más alto durante la pandemia. Julián Fernández Niño, profesor de epidemiología de Uninorte y actualmente director de epidemiología del Ministerio de Salud, junto a otros investigadores, constataron que el riesgo de muerte para las personas con diagnóstico confirmado de COVID-19 que viven en un estrato socioeconómico muy bajo aumenta en un 73% en comparación con el riesgo de las personas que viven en uno alto.