“La tradición constructiva de las casas de tabla proviene de países como Holanda, Inglaterra y Estados Unidos. No son coloniales, como la gente piensa, sino republicanas. Las trajeron las empresas multinacionales que llegaron con las influencias de su paso por las islas Antillas, donde existen estas casas, y de Norteamérica”, aclara Omar. Y es que los comerciantes extranjeros analizaron las necesidades climáticas del territorio para dar una respuesta asertiva al ambiente tropical en el que trabajarían.
Construir con madera era más económico y rápido. Idearon una arquitectura modular, explica Omar, en la que se aplicó el mismo modelo y la misma distribución en todas las viviendas. Los únicos cambios notorios estaban a nivel ornamental: tipos de ventanas, formas de los calados, distintas baldosas. En realidad, todo estaba dispuesto para apaciguar el fogaje propio de esta subregión de los Montes de María, donde, en el mejor de los casos, la sensación térmica es de 35 grados.
Si uno camina por estos municipios sucreños, San Onofre de Torobé o Colosó —que quedan a unos 60 km. de distancia entre sí—, el primer contacto con su tradición arquitectónica importada es un corredor donde propietarios reciben a las visitas sentados en mecedoras y asientos de cuero de vaca. “Ese espacio social y de conexión con la calle y el chisme es lo que se le llama pretil”, comenta el estudiante de último semestre.
Las casas son usualmente rectangulares, divididas por paredes en tres bloques. En el central está el acceso principal, una puerta grande, casi a la altura del techo, que se abre de par en par y se mantiene cerrada con una tranca. Y justo ahí se sitúa una amplia sala. En los bloques laterales se encuentran las habitaciones, dos a cada lado dependiendo del ancho.
El comedor está ubicado en un espacio que puede ser abierto, anexo al núcleo principal. Y se conecta con la cocina, que al igual que el baño, está por fuera de la casa. “La razón es que ambos son espacios húmedos, y la cocina, además, maneja fuego, dos elementos enemigos de la madera”, dice Omar. El resto es un patio trasero inmenso, más grande que la misma casa. El armazón del techo también es de madera, pero cubierto con láminas de zinc o de fibrocemento.
La madera se pudre y se desintegra con la humedad y el sol. Por eso resulta un desafío para la academia explicar por qué las casas de tabla en Sucre se han conservado con el tiempo; el secreto está en el saber popular.
Pero la madera, que es más ecoeficiente en ese sentido, se pudre y se desintegra con la humedad y el sol. Por eso resulta un desafío para la academia explicar por qué las casas de tabla en Sucre se han conservado con el tiempo. Y el secreto está en el saber popular, el mismo que Omar se puso a buscar de puerta en puerta en San Onofre.
Uno de estos saberes dice, por ejemplo, que ciertas fases lunares son ideales para cortar la madera. “No es que la luna haga algo, es un calendario que anuncia cuándo un árbol tiene menos savia; o sea, menos cantidad de líquido. Es el momento perfecto para cortar, porque evita que se pudra y le caiga comején”, relata Omar que le contaron sus coterráneos.
Ahora se trata de verificar la ciencia detrás de la sabiduría popular. Entonces, analizarán en el nuevo Laboratorio de Mediciones Térmicas de Uninorte las mezclas de base acuosa, presuntamente compuestas con elementos domésticos, como detergente, pegamento, acpm o brea, con la que los antiguos lugareños recubrieron las tablas para protegerlas del sol y las plagas. La tarea no será sencilla, en la fase de diagnóstico Omar pudo comprobar que las nuevas generaciones de sanonofrinos ni siquiera tienen claro qué hace resistentes sus propios hogares.
Una vez, su vecina Amelia Fajardo intentó cambiar la distribución con nuevas divisiones, y puso paredes de madera al interior de su casa, que a los pocos meses estaban comidas por el comején. Aunque, misteriosamente —dice ella—, el resto de la casa fue inmune a la plaga. Otra vez, el tendero Roberto Rebollo buscó un toque de modernidad para su residencia e instaló un cielo raso, y a los pocos días el calor lo obligó a quitarlo.
El docente Antonio Olmos y su alumno Omar Barboza esperan pronto estar haciendo pruebas que den luz a esas incógnitas, con la esperanza de poder crear un prototipo de una casa de tabla a escala, que pueda someterse a mediciones en el laboratorio, para determinar con precisión sus beneficios térmicos y ahorro energético.
El fin último es “tecnificar el procedimiento popular que permite a la madera soportar los embates de los elementos del exterior, reformular su empleo y reintroducirla en la industria”, concluye Olmos. Mientras tanto, por conocimiento propio, tras haber habitado alguna vez en una casa de tabla en Colosó (Sucre), me atrevo a decir con la convicción de esa tradición también de mis abuelos, que los moradores de esta arquitectura autóctona pretenderán hasta el fin de sus días mantenerlas en pie. Como también lo cree Omar.
Si uno camina por estos municipios sucreños, San Onofre de Torobé o Colosó —que quedan a unos 60 km. de distancia entre sí—, el primer contacto con su tradición arquitectónica importada es un corredor donde propietarios reciben a las visitas sentados en mecedoras y asientos de cuero de vaca.
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Publicado en: vie, 27 sep 2019 05:25 - Grupo Prensa
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