ARQUEÓLOGOS DESCUBREN LA
INMENSA
PROFUNDIDAD
HISTÓRICA DE BARRANQUILLA
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El primer proyecto de arqueología urbana realizado en Barranquilla,
estudia cómo era la vida de los indígenas que ocupaban lo que
hoy es Barrio Abajo, hace al menos ocho siglos.
Por Andrés Martínez Zalamea
Periodista
zalameaa@uninorte.edu.co
Como un enorme cementerio indígena fue descrito en 1889 un terreno ubicado en la zona donde se erige actualmente el edificio de la antigua Aduana de Barranquilla, gracias al hallazgo de lo que al parecer era una serie de urnas funerarias con restos óseos. Desde aquel entonces, ese descubrimiento ha alimentado un número de leyendas urbanas en lo que hoy es Barrio Abajo, uno de los barrios más antiguos de la ciudad.
Al insinuarse que una de las edificaciones más emblemáticas de la Puerta de Oro fue construida sobre las osamentas de nuestros antepasados, la imaginación del barranquillero no demoró en generar historias de espectros de esclavos negros cargando cuerpos ensangrentados en los pasillos de la Aduana, o de apariciones fantasmagóricas de indígenas vestidos de blanco atravesando las puertas del inmueble. Incluso hay quienes dicen que el incendio que acabó en 1916 con las primeras instalaciones de la administración aduanera (ubicada en el mismo lote del edificio actual), se debió a un castigo de las tribus ancestrales por la perturbación a su lugar de descanso eterno.
Todo esto surgió a partir de la, quizás, ingenua pero no descabellada descripción de un camposanto indígena que hizo el ingeniero civil Antonio Luis Armenta en 1889, a partir del descubrimiento de los mencionados restos durante la construcción de unos rieles de tranvía. Una afirmación que, si bien fue sustento de incontables entelequias, es una de las principales evidencias de que Barranquilla estuvo poblada mucho antes de su categorización como ciudad en octubre de 1857, su titulación como villa el 7 de abril de 1813 y su establecimiento en 1629 alrededor de la Hacienda de San Nicolás.
Dado que en la época no existía una legislación clara en términos del patrimonio histórico, el ingeniero Armenta actuó bajo su propia iniciativa y registró sus hallazgos en una serie de planos y textos, al considerarlos de gran importancia para la historia de la región.
Un proyecto pionero
Unos 126 años después, retomando los descubrimientos de Armenta, la Universidad del Norte aprovechó las obras de ampliación de una de las vías principales del Barrio Abajo, el par vial de la carrera 50, para llevar a cabo el primer proyecto de arqueología urbana que se ha realizado en la ciudad hasta esta fecha.
Javier Rivera, profesor del departamento de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad del Norte, lidera un equipo de cuatro arqueólogos, quienes diseñaron junto a Transmetro, empresa a cargo de la ampliación, un proyecto de arqueología preventiva. Su objetivo fue que el trabajo arqueológico pudiera articularse con las obras civiles y permitiera mitigar el impacto sobre el patrimonio arqueológico y registrar al máximo la información que hay en esta zona. Y así como estas obras se propusieron –además de las usuales metas de mejorar la movilidad– darle mayor visibilidad a la fachada del histórico edificio de la Aduana, Rivera y su equipo se plantearon develar la historia de no solo cuándo, sino también cómo vivieron los indígenas prehispánicos, en el territorio que ahora comprende el distrito de Barranquilla.
“ESTE PROYECTO REVELA QUE BARRANQUILLA TIENE UNA PROFUNDIDAD HISTÓRICA MUY AMPLIA QUE SUS CIUDADANOS DESCONOCEN”
La conclusión a la que llegaron luego de más de 24 meses de excavaciones, entre 2015 y 2017, es que aproximadamente seis siglos antes del 7 de abril de 1813, fecha en que tradicionalmente se celebra el cumpleaños de la ciudad, Barranquilla estuvo habitada por poblaciones indígenas que se asentaron en distintos puntos de sus límites actuales.
800 años de historia
A lo largo de los trabajos de excavación se recuperaron una gran cantidad de elementos representados en cerca de 27 000 fragmentos de cerámica, 40 200 restos de fauna, 10 300 conchas y algunas herramientas líticas. Los hallazgos obtenidos en la fase inicial de este proyecto arqueológico, que coincidió con la primera etapa de las obras de la carrera 50, permitieron obtener una primera aproximación a la fecha en la que los indígenas pudieron haberse asentado en el actual territorio.
Restos humanos de cuatro de los seis individuos encontrados y muestras óseas de un chigüiro, obtenidas en la zona de la carrera 50 entre las calles 39 y 40, fueron fechadas a través de Carbono 14. En este proceso se analiza el período de descomposición de este isótopo del Carbono, elemento que está presente en cualquier material orgánico. Así se puede determinar, por ejemplo, la fecha aproximada en la que falleció un individuo.
El Carbono 14 permitió a los investigadores afirmar que hubo ocupaciones indígenas en el lugar que ahora es el Barrio Abajo de Barranquilla, por lo menos desde el período comprendido entre los años 1220 y 1395 d.C. Este hallazgo extiende la historia de Barranquilla más allá de los orígenes de los que se habla en los textos de historia, hasta ahora limitados a la fundación de la hacienda San Nicolás de Tolentino en 1627 y al breve paso del conquistador Pedro de Heredia por este territorio en 1533, en el que encontró un atracadero de canoas que se comunicaba con el río Magdalena y el mar por una ciénaga y un sistema de caños anexos al río.
Un esfuerzo sistemático
Los hallazgos en el Barrio Abajo, por supuesto, no son los primeros vestigios arqueológicos encontrados en Barranquilla. De diferentes puntos de la ciudad como Bello Horizonte, Me Quejo, el Country Club y la Iglesia San Nicolás han emergido previamente rasgos de cultura indígena.
“Sin embargo, —dice Rivera— estos fueron hallazgos fortuitos que han perdido su contexto original. Es decir, no teníamos una historia para contar, pues no se trata solamente de encontrar una olla de barro, sino saber con qué contexto está asociada”.
Por el contrario, un esfuerzo sistemático como el emprendido en el marco de las obras del Par Vial ha permitido lograr una comprensión de la actividad humana, las características y el período en el que vivieron los indígenas en la zona del actual Barrio Abajo.
“A partir de materiales españoles que encontramos en basureros indígenas, tenemos evidencia arqueológica de que la ocupación indígena no terminó en 1395, sino que llegó hasta principios del siglo XVI”, dice Rivera. Entre los materiales se encuentran fragmentos de cerámica europea del siglo XVI y cornamenta de ganado vacuno, el cual fue traído a América por los europeos.
No era un cementerio
“Como en muchos grupos indígenas del pasado, se enterraba a los muertos en el piso de sus viviendas. ¿Cómo lo sabemos? Encontramos huellas de poste, que son marcas de las estructuras que formaban las casas”, aclaró Rivera.
Estos enterramientos eran secundarios, es decir, los cuerpos eran sepultados primero en otro espacio y luego sus huesos eran exhumados, almacenados en vasijas y enterrados nuevamente.
La muerte no era un destino completamente inaplazable para estos antiguos pobladores, pues a través de los hallazgos, los investigadores pudieron inferir la utilización de tratamientos para enfermedades potencialmente mortales. Por ejemplo, en los restos de un individuo adulto encontraron una lesión vinculada a un proceso de infección en huesos de las piernas, que alteró su estructura de forma considerable.
“Si este individuo no hubiera sido tratado, habría fallecido en un tiempo corto y no habría generado la respuesta ósea que observamos en el análisis y que asociamos con la infección”, indica Rivera, sugiriendo que estas eran poblaciones que sufrían enfermedades, pero estaban generando una serie de soluciones para hacerles frente. “No sabemos cómo eran los tratamientos, pero sabemos que trataban a sus enfermos”.
Las osamentas también brindan otras pistas sobre las actividades realizadas en estos grupos. Observando las huellas de las inserciones musculares en los huesos, Rivera y su equipo pudieron establecer que eran poblaciones que realizaban gran esfuerzo físico. “Ellos tenían que caminar distancias largas por actividades de caza y pesca, y quizás porque sus campos de cultivo estaban en otro sector”.
“No estamos diciendo que estas poblaciones tuvieran contacto con los españoles”, comenta Rivera, refiriéndose a la ausencia de fuentes históricas o crónicas que constaten esto, pero es probable que esos materiales hayan llegado por intercambio con otros grupos que sí interactuaron con los españoles en las primeras exploraciones al continente.
La mayoría de los restos de fauna encontrados eran de peces, lo que vincula a la población con un estilo de vida ribereño. Entre ellos se destacan bocachico, bagre, chivo, coroncoro y pescados que no se comen actualmente en la región, como el chipe.
“A partir de los análisis de arqueofauna, lo que podemos decir es que estos pueblos indígenas estaban muy bien adaptados al ecosistema de la orilla del río, y particularmente al de la ciénaga, teniendo en cuenta que el sector donde está Barrio Abajo era una ciénaga. Básicamente todos los recursos que obtenían para su subsistencia provenían de ahí”.
El consumo de proteína animal era variado e iba desde roedores a mamíferos grandes como los venados, pero siempre concentrado alrededor del río. Para preparar estos animales, los antiguos pobladores trabajaban la piedra para obtener cuchillos o raederas, que les permitían cortar cualquier tipo de elementos.
“Lo interesante es que hemos encontrado piedras que no hacen parte de la región, como la piedra basáltica. Tuvieron que caminar bastante, e incluso, por qué no, establecer redes comerciales para conseguir este tipo de materiales”, comentó Rivera.
Entre la cerámica encontrada se han observado decoraciones y formas similares a las encontradas en distintos puntos geográficos del Atlántico, como Tubará, el Guájaro y Malambo, lo que, de acuerdo con Rivera, “nos habla de que la extensión de la cerámica era bastante amplia, provenientes de distintos pueblos que compartían tradiciones”. Estos pueblos del Bajo Magdalena fueron denominados por los españoles como Malibúes.
Segunda etapa
La segunda etapa de las excavaciones coincide con la segunda fase de las obras del Par Vial, también en la carrera 50, desde la calle Murillo hasta la calle 55. Rivera señala que lo que se ha encontrado en la nueva fase es completamente diferente, porque “parece que la ocupación prehispánica solo se evidencia hasta la calle 43”. (La primera etapa de la obra, inaugurada el 16 de julio de 2016, iba desde la vía 40 hasta la Av. Murillo o calle 45). “Vamos a encontrar evidencias que nos permiten reescribir la historia de Barranquilla a partir de la segunda mitad del siglo XIX, así como la historia del Barrio Abajo; observando qué tradiciones se mantienen y cuáles cambiaron con el paso del tiempo”.
Preliminarmente, el equipo había observado que en el siglo XIX la ciudad funcionaba de espalda al río Magdalena, lo cual se evidencia en los restos hallados en los basureros de las casas, cuya procedencia no es de río, ni de ciénaga. “La ciénaga fue secada por considerarse inconveniente y lo que observamos son vacas, cerdos, peces marinos”, explica Rivera.
Existe, sin embargo, un vacío en la historia del sector que hoy ocupa Barrio Abajo entre los siglos XVI y XIX. Rivera sostiene que esto se debió probablemente a los procesos de conquista, que obligaron a los indígenas a replegarse al interior del territorio, y agrega que fue durante el período colonial, con la construcción de la hacienda de San Nicolás, que se dio origen a la ciudad de Barranquilla, aunque Barrio Abajo no se ocuparía hasta el siglo XIX.
“Quizás si nos vamos un poco más hacia el sur de donde estamos excavando, hacia los alrededores de la plaza de San Nicolás, podemos encontrar evidencia de la ocupación en el periodo colonial”. Sin embargo, añade, existe una continuidad de las tradiciones indígenas hasta el siglo XIX. “En la decoración de la cerámica, por ejemplo, vemos detalles que hay tanto en la ocupación indígena prehispánica, como en la del siglo XIX. Hay variantes dada la influencia de gustos y estilos europeos, pero permanecen decoraciones y técnicas de fabricación indígenas”. Los investigadores consideran que esto hace parte de una serie de elementos que aún se rastrean en varias de las tradiciones que conservan los barranquilleros.
Y es que, para Javier Rivera, este proyecto revela que Barranquilla tiene una profundidad histórica muy amplia que sus ciudadanos desconocen, y reviste gran relevancia en la medida que los barranquilleros cuenten con una memoria histórica de la cantidad de procesos que se generaron en el Barrio Abajo, hace casi 800 años.
Son hallazgos que según Rivera contribuirán a cambiar la percepción que tienen los habitantes de que es una ciudad relativamente nueva, y a que haya certeza de que es un espacio que estuvo habitado, hace ocho siglos, por personas que aprovecharon los recursos, establecieron relaciones con el medioambiente y enterraron a sus muertos. Y, sobre todo, nunca le temieron a construir una nueva vida sobre los huesos de sus ancestros.