Santiago Ramón y Cajal, entre el arte y la ciencia
Hace más de un siglo, en 1852, la Tierra vio nacer a un hombre que supo integrar en su trabajo lo mejor de dos mundos al parecer opuestos, la ciencia y el arte…
Hace más de un siglo, en 1852, la Tierra vio nacer a un hombre que supo integrar en su trabajo lo mejor de dos mundos al parecer opuestos, la ciencia y el arte…
El neurocientífico de magníficas ilustraciones sobre las conexiones nerviosas en el cerebro humano, el Nobel de medicina por su Teoría de la Doctrina de la Neurona, el hombre de barba refinada en los billetes de 50 pesetas españoles, el padre de la neurociencia moderna. Él, Santiago, parecía haberlo logrado todo, sin embargo, siempre quiso alcanzar las glorias de Velázquez o los fracasos de Orbaneja.
Era tan solo un niño cuando Santiago Ramón y Cajal le arrebataron sus sueños de artista profesional. Su padre médico cirujano hizo todo lo posible para alejarlo de sus pasiones, o a su parecer, distracciones, y lo obligó a ingresar a la escuela de medicina. Sin embargo, Cajal sentía interés por la fotografía y las artes visuales.
A los 8 años tenía una manía irresistible de manchar papeles, embadurnar las tapias, puertas y fachadas recién revocadas, del pueblo en donde había nacido en España, con toda clase de garabatos, escenas guerreras y lances del toreo. Como no podía dibujar en casa porque sus padres consideraban la pintura cual distracción nefanda, se iba hacia el campo y sentado al pie de la carretera dibujaba las carretas y los caballos aldeanos que pasaban.
Pintura en oleo de inspiración romántica por Santiago Ramón y Cajal
En sus escritos autobiográficos, Los recuerdos de mi vida, Santiago narra uno de los pasaje que marcaron su niñez, y frustraron sus sueños de artista:
Aburrido ya, sin duda, de quitarme lápices y dibujos, y viendo la ardiente vocación que demostraba hacia la pintura, decidió mi progenitor averiguar si aquellos monos tenían algún mérito y prometían para su autor las glorias de un Velázquez o los fracasos de un Orbaneja. —¡Vaya un mamarracho! Ni esto es apóstol, ni la figura tiene proporciones, ni los paños son propios... ni el chico será jamás un artista!... Aterrado quedé ante el categórico veredicto, mi padre osó replicar:
—¿Pero de veras no tiene el chico aptitudes para el arte?
—Ninguna, amigo mío —contestó inexorable el rascaparedes. En efecto, la opinión del manchaparedes cayó en mi familia como el dictamen de una Academia de Bellas Artes. Decidiose, por tanto, que yo renunciara a los devaneos del dibujo y me preparara para seguir la carrera médica. En consecuencia, arreció la persecución contra mis pobres lápices, carbones y papeles; y necesité emplear todas las artes del disimulo para ocultarlos y ocultarme cuando, arrastrado por mi pasión favorita, holgábame en la copia de toros, caballos, guerreros y paisajes.
Así fue como Cajal cambió la mágica paleta del pintor por la roñosa y prosaica bolsa de operaciones; el mágico pincel, creador de la vida, por el cruel bisturí, que sortea la muerte; el tiento del pintor, semejante a cetro de rey, por el nudoso bastón de médico de aldea.
Cajal se licenció de medicina en 1873, y fue llamado a filas a prestar servicio militar en donde fue destinado a Cuba como capitán médico de las tropas coloniales a la edad de 24 años. Luego de volver a España con rostro pálido y ojos hundidos, tras meses de malaria y tuberculosis, recuperó su salud y se volcó a la investigación del sistema nervioso.
Retrato de Santiago Ramón y Cajal en su laboratorio en España.
En 1889 ante la referida Sociedad Anatómica en la Universidad de Berlín, en una sala de laboratorio sacó su microscopio y lo colocó en una de las largas mesas que allí estaban. Enfocó sus cortes más expresivos concernientes a la estructura del cerebelo, retina y médula espinal, y comenzó a explicar, en un mal francés, ante los curiosos, el contenido de sus preparaciones. Algunos histólogos lo rodearon, entre ellos las celebridades mundiales de ese entonces, His Schwalbe, Retzius, Waldeyer, y singularmente Kölliker, que lo observaban con cierto escepticismo más que curiosidad.
Para su sorpresa, desfilaron ante sus ojos imágenes clarísimas e irreprochables que mostraban el axón de los granos del cerebelo, las cestas pericelulares, las fibras musgosas y trepadoras, las bifurcaciones y ramas ascendente y descendente de las raíces sensitivas, las colaterales largas y cortas de los cordones de sustancia blanca, las terminaciones de las fibras retinianas en el lóbulo óptico, etc, y los ceños de aquellos grandes científicos se desfruncieron, y estallaron calurosas y sinceras felicitaciones.
Santiago junto a un grupo de célebres científicos en el congreso de la Universidad de Berlín en 1889
Cajal murió sin saber que su Teoría sobre la Doctrina de la Neurona había sido comprobada, desplazando así a la Teoría Reticular de Golgi. Las neuronas, o las mariposas del alma como les llamaba, son esas células individuales y con transmisión neuronal de una sola dirección, hacia la derecha, desde las dendritas al soma, y luego a las arborizaciones del axón y que nos permite realizar nuestras actividades diarias, ya que ellas dan las órdenes al cuerpo y transmiten la información.
Cajal, el hombre que dibujó los secretos del cerebro, contribuyó no solo a la ciencia con su técnica de tinción del tejido nervioso con sublimado de oro; o al establecer la existencia de siete capas celulares en la corteza cerebral, cada una de ellas constituida por diferentes tipos de neuronas; o con describir con precisión la estructura histológica de la médula espinal; entre otros grandes aportes, sino que logró contribuir al arte por medio de sus ilustraciones en donde plasmó con gran precisión lo observado a través de un microscopio. Logrando así combinar lo mejor de dos mundos y revivir sus pasiones de artista frustrado. De alguna manera, Cajal, estaba destinado al arte.
Santiago Ramón y Cajal quizás no será recordado entre el gremio de Velázquez, Orbaneja o Vincent van Gogh, como siempre quiso ser recordado en una vida de ambiciosos ensueños de gloria e ilusiones de grandezas traídas por el arte, pero su legado científico y sus ilustraciones hechas a pulso que resaltan su trabajo lo seguirán enalteciendo por generaciones. Como diría Larry Swanson, neurobiólogo y autor de la recopilación de la obra de Cajal: "es bastante raro que un científico sea un verdadero artista al mismo tiempo y que ilustre todo su trabajo de manera brillante".