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Escribir es un acto de amor y la edición, también

Escribir es un acto de amor y la edición, también

 

Por Farides Lugo*

 

Editar una revista universitaria que lleva cuatro décadas de aparición es una tarea compleja. Es casi una misión imposible mantener a tus fieles lectores, al tiempo que despiertas nuevos intereses en la publicación. El lector tradicional quiere que le sigan entregando un poco de lo mismo, tal vez por nostalgia, tal vez por costumbre. Al tiempo, las nuevas generaciones te exigen actualización, versatilidad, atractivo estético, y la lista continúa. Con Huellas No. 104 le apostamos a la transformación bajo la dirección de Josef Amón Mitrani; nos pareció lógico que, en cuarenta años, las lecturas, las preguntas y las maneras de hacerlas no tuvieran que ser las mismas. Esto es arriesgado porque el amor y el odio se activan con facilidad.

Ante tanta incertidumbre y expectativa editorial hay que tener un faro, una certeza, algo en qué aferrarte y que no te inmovilice: esto no debería ser otra cosa que la calidad de los textos. El editor debe confiar, no inocentemente, debe dar algo de crédito a los años que ha pasado sentado leyendo, debe darle un voto de confianza a su sentido crítico. Solo así es posible una de las fases más bellas de la edición: la curaduría. Es bella, pero al mismo tiempo demanda un verdadero trabajo colaborativo. Cuando eres el único que elige el material, no hay problema, tu gusto prevalece. Pero, como es el caso de Huellas, cuando las decisiones se toman en equipo puede aparecer en la superficie de las reuniones amores y odios; gustos específicos, muy subjetivos; egos, pasiones literarias, etc. Por eso es tan importante en la edición la comunicación en el sentido más profundo de la palabra. Saber leer, saber escuchar, saber decir las observaciones sin herir, saber ceder. Todo buscando que cada número sea la mejor versión de sí mismo. El lector ve un producto, palpa un ejemplar impreso y lo juzga; pero en pocas ocasiones se cuestionará todos los oficios y las personalidades que hay detrás: editores, diagramadores, ilustradores, autores, impresores, son algunos de los roles y todos deben ponerse de acuerdo. ¡Qué difícil! Aunque lo hemos logrado con el apoyo incondicional de Ediciones Uninorte, en especial, de su directora Adriana Maestre y Zoila Sotomayor, coordinadora editorial y editora de la revista; además de la vía libre para la creatividad y evolución desde la vicerrectoría académica y la rectoría.

Siempre he considerado la escritura un auténtico acto de amor. El escritor, en su soledad, sacrifica su tiempo, su energía, exprime la vida, conecta su sangre directamente a la creación y la entrega. Ahora, con doce años en este medio editorial, de los cuales un lustro le pertenece a Huellas, considero que la edición también es un acto de amor, de entrega. Quizás más radical porque tiene menos reconocimiento. Cuando un texto está bien editado nadie se pregunta quién hizo el trabajo, solo se afirma: ¡Qué bien quedó! En cambio, qué ironía, cuando el lector encuentra un error, o varios, por pequeños que sean, de inmediato llega el interrogante: Pero, ¿quién editó esto que dejó pasar tantas erratas? Por ello, la misión última del buen editor es ser invisible, es entregar lo mejor de su ojo entrenado, soñar con que muchos disfruten el material y que nadie se pregunte por su existencia.

Espero que los lectores de Huellas tengan esa experiencia de leer sin interferencias, sin interrupciones en su disfrute.

Leer la revista Huellas 104

* Magíster en literatura, asistente editorial de la Revista Huellas y editora de la Editorial Mackandal.